El Piamonte, Villa Devoto y los hornos de ladrillos, una historia del siglo pasado

El Piamonte, Devoto y los hornos de ladrillos
Logo El Barrio PueyrredónCarlos Felipe Ottone había llegado a principios de siglo pasado, con sueños y esperanzas. Al finalizar la década del 20 era propietario de tres casas y un horno de ladrillos que le daba trabajo a más de cuarenta personas. Vivió en Villa Devoto, en el límite con Villa Pueyrredón. Uno de sus hijos, Rolando, heredó su negocio, que se convirtió en corralón, y su nieto Carlos hoy atiende su consultorio odontológico en la que fuera su casa.

Por Ignacio Di Toma Mues

El Piamonte, Villa Devoto y los hornos de ladrillos

La historia de Carlos Felipe Ottone es muy similar a la de miles de inmigrantes que llegaron a nuestro país a principios del siglo pasado. Pioneros, perseguidos por el hambre, la miseria, pero portadores del optimismo “del todo por hacer”. Analfabeto, aprendió a leer y escribir sin ir al colegio. Junto con otro paisano, que tenía su mismo apellido, crearon la firma Carlos y Lorenzo Ottone. Fabricaban ladrillos en hornos ubicados en cercanías de la actual estación Migueletes. Edificó su casa, primeramente donde hoy está el pasaje Bacon y la Gral. Paz, y luego en Llavallol y Larsen, en el barrio de Villa Devoto, en el límite con Villa Pueyrredón.

El Piamonte, Devoto y los hornos de ladrillos
Llegó a la Argentina en 1904, en el vapor Francia, con apenas 17 años. Había nacido en 1886 en la Provincia de Alessandría, en un pueblo que ya no existe: Cremonte, vecino a Asti – conocido por sus vinos -, en la región del Piamonte. Su madre murió cuando era apenas un niño, su padre volvió a casarse. Tenía tres hermanos y 4 medios hermanos. Como su relación con su madrastra no era nada buena decidió dejar atrás una historia, que enterraría para siempre en el olvido, para sembrar otra nueva en tierra hasta esos días ajena.

Emprendió el viaje solo, con el sueño de “hacer la América”. Su nieto, Carlos Ottone, odontólogo de profesión y vecino de Villa Pueyrredón, nos contó la historia de su abuelo hace un poco más de 20 años. “Viajó en tercera clase, y tuvo que pasarse los tres meses que duró el viaje sentado arriba del baúl, porque sino le robaban lo único que tenía”. Casi siempre se emprendían estas travesías a un país donde alguien lo iba a recibir, en este caso un paisano de su padre. Sin embargo al llegar al puerto de Buenos Aires esperó hasta que anocheció, y nadie fue buscarlo.

Se puso el baúl al hombro y caminó sin rumbo. Al pasar por la puerta de una pensión, escuchó a dos personas que estaban conversando en su mismo dialecto. Esa fue el ancla que produjo su verdadero desembarco en tierras argentinas. Le dieron albergue y trabajo en una quinta de frutas y verduras. Su nieto nos relató que “la plata que ganaba la escondía en la media y dormía vestido, con la misma ropa con la que trabajaba, era muy pibe, además analfabeto, y tenía miedo que le robaran. Sin conocer nuestro idioma, aprendió a escribir y hablar él solo, sin haber ido al colegio.

Inmigración y Hornos de ladrillos

Alguien le dijo que “había un tal Ottone”, Lorenzo Ottone, que tenía un horno de ladrillos y fue a conocerlo; resultó no tener ningún parentesco. Pero ese no fue el final de la historia, sino el principio. Se casó con la hija y crearon la firma Carlos y Lorenzo Ottone. El horno de ladrillos estaba ubicado en la actual avenida General Paz, cerca de la estación Miguelete, antes un apeadero. Eran terrenos muy altos y como eran fiscales, la municipalidad les permitía sacar la tierra negra, hasta llegar a la tosca, para hacer los ladrillos.

Cada uno llegaba y armaba su horno, no había calles delimitadas, levantaban sus casas donde trabajaban. Por eso Don Carlos construyó la suya en medio del hoy pasaje Bacón. Cuando no hubo más tierra que sacar, trasladaron el horno a las Lomas de San Isidro. En estos tiempos podemos encontrar hornos de ladrillos a 150 o 200 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.

Cuando Don Carlos construyó su casa de Llavallol y Larsen, en 1927, solicitó una línea de teléfono a la Unión Telefónica, empresa de origen inglés. Los cables pasaban por la Av. San Martín y costeaban la Gral. Paz, en aquella época puro campo, y él tuvo que comprar los postes de palo de palmera para poder tener la tan codiciada línea. Aún quedan algunos de esos postes.

Le asignaron el número 50-142, había en aquellos tiempos sólo 142 usuarios afortunados. El suyo era el único hasta casi la ruta ocho. “Venían desde todos lados a usar el teléfono, y se tomaban recados para los distintos vecinos de la zona. La casa de Don Carlos funcionaba como un locutorio, con la salvedad que en aquella época no se cobraban las llamadas, sino solamente un abono fijo” nos señaló su nieto.

Ciclón de Miguelete
Sus hijos, Luis y Rolando José, integraron el equipo de fútbol el Ciclón de Migueletes, a mediados de la década del 30. En la calle Franco, entre Llavallol y Campana, se encontraba la sede donde se hacían reuniones y bailes. Rolando, padre de Carlos Ottone nieto, heredó la fábrica de ladrillos y con el tiempo se convirtió en un corralón de materiales. En la foto (década del 60, frente a su casa de Llavallol y Larsen) vemos a Carlos al lado del camión del corralón, con su padre al volante.

Camión Corralón Ottone

Villa Pueyrredón

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