El rápido a Zárate

Estación de Villa Pueyrredón
En esta nota, originalmente publicada en el año 2012 en el Suplemento Radar de Pagina12, su autor – poeta, periodista y vecino en su adolescencia de Villa Pueyrredón – relata su “encuentro visual” con Humberto “Cacho” Costantini – cuentista, novelista, poeta, y militante revolucionario –  en el andén de la estación del barrio. Sergio Kisielewsky nos la compartió para su publicación.

Por Sergio Kisielewsky*

En la época en que no podía fumar en casa, iba hasta el kiosco en Argerich y Obispo San Alberto y compraba los Particulares 30 marquilla verde. Así enfilaba hasta la estación de trenes de Villa Pueyrredón. Uno de esos días llovió con más fuerza que nunca, era una garúa finita que caía en forma oblicua sobre los rieles y los techos inclinados de las losas marrones. Era mi lugar en el mundo preferido para fumar y aunque papá sabía, no le gustaba que lo haga en su presencia. Llegué y me acomodé en un banco muy cerca de la boletería donde empezaba el túnel que unía ambos andenes, el que iba a Retiro y el que iba en dirección a José León Suárez.

bujinkan illa pueyrredón

Los vagones de las formaciones eran de color marrón y los guardas se vestían en ese entonces con gorra y traje gris. Era el invierno del año 1976 y en la estación paraba el rápido que iba a Zárate. Estaba contento entre el humo y el día lluvioso cuando de pronto los vi entrar. Eran como una aparición en el andén desierto.

Un hombre alto sostenía con su mano derecha una valija y junto a él una mujer tan bella que dejé de fumar al instante, me cortó la respiración su elegancia, el corte de su pelo negro a navaja, su impermeable brilloso y transparente, un abrigo apto para la lluvia y para el deseo. Era muy alta y esbelta y tenía las solapas levantadas lo que le daba un aire misterioso, fatal e inconcluso. Los dos miraban a ambos lados de las vías, pero ningún tren se asomó. El hombre tenía las patillas muy recortadas y prolijas y ahí fue cuando lo reconocí, era Humberto “Cacho” Costantini y su mujer que esperaban el rápido a Zárate.

Desde hacía un tiempo que papá me contaba que iba a su casa en la calle Gabriela Mistral a conversar con Cacho sobre libros y también de política. Cuando llegaba me contaba que había estado con el escritor del barrio. Lo decía con orgullo, me daba la lista de las obras que le había recomendado y a las pocas semanas ya estaban en nuestra biblioteca.

En la estación la lluvia comenzó a sentirse con más fuerza y creo que en un momento Cacho giró la cabeza y vio al pibe que fumaba a escondidas y no sé si alcanzó a sonreír pues yo estaba muy ocupado en observar los movimientos de la mujer que consistían en sólo girar su cabeza a ambas direcciones sin caminar por el andén, estaba tan quieta en su elegancia que parada sobre sus botas negras asustaba.

Cacho no soltó la valija en ningún momento y tapando con una mano el encendedor prendió con destreza un cigarrillo y se quedó mirando la lluvia, la niebla infernal y los techos oblicuos que parecían desmoronarse hacia los rieles. Los dos se miraban como lo hacen los enamorados y los combatientes en situación de amor y peligro. Se miraban desde la altura de jugadores de básquet de que ambos tenían y así el vínculo entre ellos me pareció más estrecho, más voraz, mirándose se decían algo que no comprendí.

Años después me enteré que se estaban escapando de la represión en el país y luego emigraron a México. Yo era un testigo “privilegiado” y pese a mi habitual impaciencia no me moví de allí hasta que el tren entró en la estación. Me acuerdo que demoré un rato más la estadía en el andén pues estaba cómodo, sentía ese lugar como un refugio y cada tanto miraba el reloj que en ese entonces daba la hora con puntualidad suiza y vi la campana que colgaba en la pared al lado de la boletería que hacía sonar el encargado de la estación cuando el rápido se asomaba antes de la curva de la calle Artigas.

Antes de entrar a casa compré los chicles mentolados creyendo que mis viejos no iban a percibir el aroma a tabaco y a la noche le conté a papá que había visto a Costantini esperando el rápido a Zárate. Papá fue hasta la biblioteca y me dio el tomo de Aníbal Ponce que hablaba sobre los cambios que se dan en la juventud (“aquello que pasa mientras uno está ocupado en otra cosa” según John Lennon).

Me llevé el libro a mi cuarto y lo puse en la mesa de luz y me dormí. Años después le conté al escritor Jorge Boccanera que pasó gran parte de su exilio en México con Cacho Costantini. Me dijo que escriba la anécdota y hace muy poco también se la relaté al periodista Pepe Quintana que trabajó en el diario Crítica junto a Roberto Arlt y fue un gran amigo de Cacho, cuando nombré a la mujer Pepe me dijo: “Costantini le decía la reina”.

Caminé por la calle Castro y al llegar a Agrelo me acordé del cuento Bandeo de Humberto Costantini uno de los 20 relatos mejor escritos en estas tierras y del libro que nos había dedicado a mi madre y a mí. Se llamaba “Cuestiones con la vida”. Me acordé del poema contra los yanquis que de tan sobre abundante en adjetivaciones lo terminé aprendiendo de memoria y me acordé del barrio cuando estaba el potrero cerca de las vías y de mi abuelo que me llevaba a ver el paso de los trenes.

Señalábamos juntos el paso de las máquinas, la sorpresa ante las locomotoras y el temblor de la tierra cuando las formaciones atravesaban Pueyrredón. Ahora pienso que lo que llevaba el tren para mi abuelo judío y polaco, que vino a la Argentina en 1931 no era lo mismo que para mí y mucho menos para Costantini y la Reina que se llevó su hermosura a otro sitio menos peligroso, un lugar a donde a Cacho no le prohibieran libros ni lo secuestren cerca del olor a glicinas del barrio más hermoso del mundo.


Humberto “Cacho” Costantini falleció en Buenos Aires el 7 de junio de 1987 a los 63 años.

* Sergio Kisielewsky nació en Buenos Aires en 1957. Publicó los libros Algo de la época, Memoria caníbal, Corazón negro, Electrificar Rusia, La belleza es un campo minado y Nunca te hablé con palabras. Trabajó en las redacciones de la Revista Comex, el semanario Qué pasa. Colaboró en el Periódico Acción del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, en la revista La Maga, El Cronista Cultural, Clarín Cultura y Suplemento Zona. el diario Perfil y El Monitor del Ministerio de Educación de la Nación. En el año 2002 comenzó a publicar en el Suplemento Primer Plano del diario Página 12 y desde 2005 en Radar Libros y Diálogos de los días lunes.

Idas y vueltas en el homenaje al escritor y militante Humberto Costantini

Un agravio o un pim!, pum!, paff!… qué se yo!

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