Felix Coluccio, vecino de Villa Pueyrredón, fue docente y estudioso del folklore, las creencias y los rituales argentinos y latinoamericanos. Publicó más de treinta obras sobre esos temas. Fue dos veces Director del Fondo Nacional de las Artes (1973-1974 y 1984-1989) y Subsecretario de Cultura de la Nación (1974-1975). Es tan enriquecedora y ejemplar su vida, que hemos querido un vez más ampliar detalles de su vida, a través del relato de un gran admirador de su figura: su nieto mayor.
El pasado 29 de marzo, hemos tenido la oportunidad de entrevistar a Claudio Regis Coluccio, uno de los nietos de Félix Coluccio, en su casa en Villa Pueyrredón. El encuentro fue precisamente en el lugar donde Don Félix tenía su escritorio, una gran biblioteca y la máquina de escribir. Desde este sitio, hoy modificado, pueden verse dos árboles plantados por él. Un enorme palo borracho, en la vereda y en el jardín, un ciprés.
De esta forma, mágicamente el pasado, se hizo presente. Fueron arribando detalles de la historia familiar, recuerdos que aún persisten en los ambientes donde vivió junto a su esposa, un hijo y tres hijas. Una de ellas, de nombre Amalia, quién cursó la carrera de geografía, al igual que su padre.
La geografía, la gente y el folklore, sus escenarios predilectos
Fue descubriendo a bordo de su Siam Di Tella y luego en un Torino un mundo de tradiciones, leyendas, supersticiones. Nos aclaró Claudio que este último automovil aún permanece en el barrio de Villa Pueyrredón (lo compró un vecino y es de color blanco).
Su copiloto e infatigable compañera, fue su esposa María Mercedes Blanco (ex directora de la escuela Nicaragua de Villa Pueyrredón). Una de sus dedicatorias, reflejada en un libro: “A mi María Mercedes, como siempre”, testimonia sus sentimientos.
El trabajo de Don Félix dependió, en parte, del relato de los que atesoraban la remembranza transmitida o vivenciada. El paisaje, la música y su gente, fueron inseparables en el momento de investigar. Plasmándose en una numerosa bibliografía. Con el correr de los años fueron actualizándose libros, fábulas rescatadas con animales autóctonos, diccionarios temáticos, etc. En un homenaje en – formato revista -, se lo denominó: “rastreador de la geografía humana”.
Las tradiciones orales, devociones populares y respeto rendido a los antepasados provincianos, fueron motivo que atesoró en su grabador, marca Geloso. Recopiló narraciones de origen anónimo. Tomó fotografías a los protagonistas: un gaucho, su caballo y su perro, la fiesta de la Pacha Mama, un cementerio, etc.
Se relacionó con un horizonte infinito, con realidades poco conocidas o estudiadas, en las grandes ciudades. Algunos de los títulos de los libros que se observaron en la biblioteca de Claudio son: “Fiestas y costumbres de Latinoamérica”, “Diccionario folklórico de la flora y fauna americana”, “Folklore infantil”, entre otros.
Intercambió con gran generosidad sus conocimientos con sus pares. Obsequiaba sus libros en lugares que él frecuentaba, y a sus vecinos. Esta práctica habitual y altruista, la hacía convencido de que la sociedad debía conocer, querer y retransmitir las tradiciones e identidad de los pueblos.
Un gran legado, que sigue hablando
Claudio nos comenta con orgullo: “mi abuelo sigue hablando en las dedicatorias de sus libros”. En la empresa Mercado Libre, él mismo ha encontrado ejemplares de segunda mano a la venta. Para sorpresa, con dedicatorias de puño y letra de su abuelo. Esto lo ha llevado a escribir una obra de teatro llamada “Mesa de saldos”.
Palabras de un nieto
“Fue un padre y abuelo muy presente, bondadoso, generoso. De perfil bajo y buen humor. Se agregaba más años de los que tenía”. “En esta casa hubo amor siempre” “Mi libro preferido es: Diccionario folklórico argentino”
Claudio, esbozando una sonrisa continuó con otra anécdota. Su abuelo exageraba su edad jocosamente. Un día en papel, escribió un verso improvisado, de tono humorístico y un par de verbos mal conjugados, a propósito. Hizo alusión a la muerte y a su voluntad.
Cúmplase mi voluntad
A mi morida
Y pasar a mejor vida
Que nadie por mí pida
Un regreso o una volvida
Muerto estoy, yo te lo digo
Sin salida y sin regreso,
Eternamente tratando
De rebajar de peso.
Pudimos, en esta ocasión, dar nuevas pinceladas sobre la vida y obra de un hombre ejemplar. Nos despedimos con esta última imagen de él, a pleno sol, disfrutando en la proa del Corina, con aires de libertad.
Este artículo deja una puerta abierta para seguir aportando más recuerdos. ¿Algún alumno se reconoce en la foto? ¿Conservas algún libro que te haya regalado? En fin, el universo de Don Félix es inagotable y su nombre debiera estar presente en una de las calles del barrio de su querida Villa Pueyrredón (leer Félix Coluccio, vecino entrañable de Pueyrredón).
Gracias Claudio Regis Coluccio.
Autora de la nota: María Fernanda Gómez. Tecnicatura en turismo, Universidad del Salvador. Guía de turismo, Instituto Superior Perito Moreno. Ciudad de Buenos Aires.
Poema de Félix Coluccio a su querido barrio
Mi Villa de Pueyrredón
¡Mi Villa de Pueyrredón,
barriada de gente buena…!
Casas con cercos, jardines
donde el sol besa a las rosas,
los malvones, los geranios
y jazmines perfumados.
¡Mi Villa de Pueyrredón,
barriada de gente buena…!
Casas con cercos, jardines
donde el sol besa a las rosas,
los malvones, los geranios
y jazmines perfumados.
Aquí ejercimos oficio
de didactas con Mercedes;
aquí nacieron mis hijos
Jorge, Amalia, Susana
y también Marta Isabel.
Entretejiendo mil sueños
la vida vimos pasar
¡Mi Villa de Pueyrredón…
me gusta andar a lo bobo
por tus calles arboladas:
Bolivia, Artigas, Condarco,
Cochrane, Larsen, Bazurco,
Albarellos y Zamudio.
Mirar los pardos gorriones
desconfiados y gritones,
las torcacitas de Dios,
los altivos chalchareros
y el quejoso benteveo;
charlar con tantos vecinos,
llegar a la plaza vieja
y oír el cuchicheo de las
alegres comadres;
y a veces ir solitario
a Cristo Rey, escuchar la misa
que consagra Mascialino
y volver desconocido
entre bandadas alegres
de escolares liberados…
¡Mi Villa de Pueyrredón
barriada de gente buena…!
Como te puebla el rumor
del trabajo y la alegría,
y te llenan de misterio
y soledad provinciana;
La noche todo silencio,
el día todo esperanza.
Amo esta vida serena,
la placidez cotidiana,
la sabia filosofía
de jubilados y ancianos
que en la estación ferroviaria
recuerdan sus mocedades,
el pregón de los diarieros.
Oscar andando y sus perros,
y la imagen de Palacios,
cartero condecorado
por noble, fiel y leal
en el alma de la Villa;
de todo eso yo vivo
Barrio querido,
donde la luna se asoma
despertada por los grillos
entre pinos y cipreses,
y con su luz teje alfombras
de terciopelo plateado,
que iluminan las quebradas
de Copes y Mayoral.