“Los murgueros somos artistas callejeros”

Centro Murga Renegados de Villa Pueyrredón |


Darío es el director de los “Renegados”, una de las murgas que tiene el barrio de Villa Pueyrredón y que en este febrero sale a recorrer los corsos porteños. Destaca el clima familiar y la pasión que tienen todos los que integran su ambiente. Además, realiza un análisis del festejo del carnaval a lo largo de la historia y realiza una terminante definición: “Es uno de los pocos espectáculos callejeros, pero está mal vendido”

Por Mateo Lazcano

bujinkan illa pueyrredón

Llega febrero y la Ciudad de Buenos Aires se puebla de murgas, disfraces, bombos y espuma artificial. Pero lo que para la mayoría es algo que llega y se va con el segundo mes del año, para los murgueros está latente durante todos los días.

“Nos dormimos y nos despertamos pensando en la murga”, dice Darío. Este hombre, alto, peinando canas y con vestimenta deportiva, es el director de los “Renegados de Villa Pueyrredón”, una de las cuatro formaciones del barrio.

“Renegados” nació en marzo del 2011, como desprendimiento de otra murga. Elegir el nombre fue “como elegirlo para un hijo; es algo que va a quedar para siempre”. Incluyó la aprobación requerida en la Comisión de Carnaval porteña.

El siguiente paso fue designar los colores. La combinación que identifica a “Renegados” resultó el marrón, el tiza, el naranja y el turquesa. El primer año tuvo 60 integrantes, un número que fue fluctuando hacia arriba y abajo a lo largo de los años.

“La nuestra es una murga familiar, con variadas edades. Viene la abuela con el nieto y los padres”, dice el director de la formación pueyrredonense. Destaca además que salen por todos los barrios de la Ciudad, por el circuito oficial. Ensayan durante todo el año, el sábado o el domingo, en la Plaza Leandro Alem. “A partir de que la refaccionaron, la gente se acerca más. Tenemos el apoyo de los vecinos”, agrega.

Renegados de Villa Pueyrredón: ensayo Plaza Alem

“El carnaval es una fiesta linda, una celebración popular. Desde hace siglos, era el último momento de festejo antes de que empiece el ayuno de la Cuaresma. Si bien está la tendencia de que la gente se va por el fin de semana largo y queda un poco vacía la Ciudad, fue importante haber recuperado el feriado, algo por lo que luchamos mucho”, relata Darío. Además destaca que el Carnaval es de los pocos feriados que se festejan en la calle. “Antes se salía a la plaza a festejar el 25 de mayo, el 9 de julio, pero ahora ya no”, ejemplifica.

Además de dirigir a los “Renegados”, Darío es un murguero de alma. “Esto es una pasión. A veces me extralimito pero me gusta demasiado. Yo empecé en una murga llevando el agua y hoy llegué a ser el director de una, y siento la misma alegría. El murguero deja fiestas, a su familia, para salir en la murga. Si lo pensas, no lo haces. Pero llega febrero y es impostergable”, relata. Incluso comenta que “tenemos amigos de otras murgas, contacto entre nosotros. Formamos una gran familia”.

Pero la experiencia de Darío como murguero no se limita a la formación de Villa Pueyrredón. Participó el año pasado, junto a sus compañeros de “Renegados”, de un encuentro nacional en Bahía Blanca. “Nos invitaron y fue un orgullo. Compartimos un fin de semana murguero. Se hace un corsito, charlamos. Nos encontramos con gente que solo vemos ahí, y está en la misma”, recuerda.

Además, destaca que a lo largo de la Argentina, hay diferentes festejos del carnaval. “En el sur, es con carrozas como en Brasil. En el norte, con témperas, pinturas y celebraciones como en el Altiplano. Pero el único festejo autóctono, es el porteño”, dice con una sonrisa cómplice.

Sin embargo, el director de esta murga pueyrredonense no es ajeno a los comentarios y críticas negativas que se realiza al ambiente murguero. Y no esquiva el tema. “Esto es muy sano. Nosotros no somos bichos raros, somos parte de la sociedad. Y en la sociedad, como acá, hay de todo. Después está en como lo maneja cada uno. Acá tratamos de que no haya excesos. Tenemos un par de reglas que se deben cumplir. Hay que pensar que a las murgas y corsos vienen muchas familias. Nadie va a traer a su hijo donde todo sea un caos”, enfatiza.

Y cita un ejemplo: “algunos dicen que el carnaval es un descontrol. Yo vivo hace treinta años en este barrio y he vivido cerca del famoso boliche de Nazca y Mosconi. Los invito a ir un sábado a esa esquina a ver si se da algo similar en los corsos. Y sin embargo nadie se horroriza ni dice nada”.

“Somos artistas callejeros, no una banda de locos que se junta. Acá hay mucha preparación, una estructura que cumplir. Nosotros no es que hacemos ruido. Hay un desfile de entrada, una actuación en el escenario, una canción de homenaje, una crítica picaresca y una retirada. Incluso entre los propios barrios hay distintos estilos”, sostiene.

“En estas diez noches de febrero, la familia se acerca y pasa un buen momento. Ven los vestidos, escuchan las canciones y se ríen, bailan detrás de las vallas. Las canciones además tienen mucha poesía, añoranzas de la vida, del barrio. Es todo un espectáculo”, cierra.

Pero también hay lamentos en el análisis de Darío. Para este hombre de unos cincuenta años, la cultura del fútbol se ha metido en el carnaval, para mal. “Hace décadas, las murgas de Boedo iban al Club Huracán sin problema. Hoy no pueden pisar el barrio lamentablemente”. Y dice, con tristeza, que con la Dictadura se terminaron los bailes de carnaval.

“Era algo impresionante. Salía en los diarios quién iba primero en la tabla de recaudación. La gente salía a la calle a festejar. Grandes y chicos jugaban al carnaval. Incluso yo me acuerdo de meterme en casas de vecinos a cargar las bombitas de agua sin problema. Esto ya no pasa”, dice.

Aunque resalta que, a partir del año 2000, resurgió cierto espíritu, al punto de llenarse de chicos. Son las “mascotitas”, como las llaman. En “Renegados” encabezan el desfile, tratando de transmitirles la pasión.

Darío destaca que aun hoy el ambiente murguero cumple una importante función social en los barrios. “Hemos sacado chicos de la droga. Aquellos que vienen y no tienen para comprar la ropa o zapatillas, les damos”, asegura. Y cuenta también que “cada noche, comemos todos juntos. Paramos en una plaza y, con comida que cada uno lleva, compartimos una cena entre todos, desde el chofer del micro hasta cualquier integrante”.

“El carnaval porteño está mal vendido”, dice terminante Darío. “Tenemos mala prensa y no se hace esfuerzo por revertirlo. Los corsos son de los pocos espectáculos gratuitos que tiene la Ciudad de Buenos Aires. Está el BAFICI, el Polo Circo, el Festival de Tango, todos excelentes, también organizados por el Ministerio de Cultura. Y tienen mucha publicidad. En cambio del carnaval lo único que aparece en los diarios y la televisión son los cortes de calle”, analiza crudamente el jefe de una de las 110 murgas de Buenos Aires que participan en los corsos.

El orgullo y la alegría le brotan en el relato a Darío. De fondo, sus compañeros guardan los bombos y los disfraces. Acaba de terminar el último ensayo antes de la salida a los barrios, que se hará cada sábado y domingo del mes de febrero y los feriados de carnaval (lunes 12 y martes 13)

“Hay gente que junta latitas, que colecciona estampitas. Y lo hacen con pasión. Bueno, a nosotros nos gusta esto”, culmina señalando a sus colegas, e incluyendo también a todos los murgueros que cada febrero sacan hacia afuera la pasión acumulada durante todo el año.

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