Nosotros en el cine: “cuando todo es nada y siempre es nunca”

El hastío de vivir, el vacío del alma y la fatiga existencial tiñeron el cine de vanguardia durante los años del primer auge de la sociedad de consumo que el neocapitalismo instauró en Europa occidental durante los sesenta. Lo que hoy suele ser lugar común, en ese entonces aparecía como novedoso; creaba una fuerte tensión frente al recuerdo de millones de europeos muertos apenas quince años atrás que ahora daban lugar a millones de consumistas compulsivos que, por miedo o desencanto, compraban lo que no podían conseguir ser.

Por Jorge Gallo

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¨El crítico y ensayista Guido Aristarco analizó con detalle, en sus escritos de esos años, las vertientes en que había derivado el neorrealismo italiano y destacó tres rumbos bien diferentes: la novela al estilo decimonónico de Visconti, el fresco episódico de Fellini y la antinovela para Antonioni. Aunque ya inaugurada por Rosselini – padre del cine moderno -, la narrativa antonioniana presentaba una revolución formal, la expresión más original de la ruptura con la forma de narrar del cine clásico.

La narrativa clásica aborrece el tiempo muerto, el espacio vacío – señales que desalientan al espectador -, construye sobre una alta carga dramática, un determinante encadenamiento causal de los hechos, una explícita acción y unos protagonistas fuertes y arquetípicos, que propician la identificación y catarsis en el espectador.

Antonioni afirma como búsqueda y prioridad la desaparición de esos tópicos que llegaría a su cristalización máxima con la denominada trilogía de la incomunicación (La aventura, La noche, El eclipse).

Estos films se apoyan en la inacción de sus personajes, en el énfasis en procesos internos que develan perplejidad frente al contexto, en la búsqueda incierta y la ausencia de hallazgos, en movimientos ambiguos y dubitativos; se ingresa así a una paulatina desaparición del contacto con el otro, padeciendo una creciente sensación de hastío que nada lo calma.

Será en “El eclipse” donde estas tendencias se vuelvan casi absolutas. Con el protagónico de Mónica Vitti – en esos años musa y pareja sentimental de Antonioni -, el film comienza con Vittoria tomando la decisión de separarse de Ricardo al comprender que en su relación no hay amor, solo monotonía; él insiste, desde la negación, hacer lo que ella le pida, el fin es irremediable; al punto que la separación de los cuerpos semeje una despedida más.

Vittoria experimenta momentos de evasión tan fugaces como decepcionantes. La realidad vacía se impone en la alienación del mundo que la rodea expresada en la indiferencia de su madre obsesionada con el crack bursátil en Roma y el espasmódico andar de quien será nuevo novio, Piero, un corredor de la bolsa.

Un amor que nace ya muerto, Vittoria lo intuye pero aún así prueba, solo para corroborar. La enajenación de Piero le impide sensibilizarse frente a la muerte del borracho que robó su auto y se ahogó en el río, apenas puede malhumorarse con los daños de la carrocería; la compra de un BMW para llevar a pasear a Vittoria lo volverá a su mundo feliz, un mundo de muertos vivos que Vittoria percibe y frente al cual nada puede hacer.

Ella es una moribunda rodeada de muertos, la habita una sensación de extranjería con Piero a su lado. En la despedida, después de hacer el amor con él por segunda vez en el día, expresarán mutuamente sus deseos de verse en la esquina de siempre “todos los días, mañana, hoy, esta noche, siempre”; ambos saben lo vacío de las palabras; nunca una ruptura en el cine se percibió con semejante contundencia mediante un discurso que lo contradiga.

Cuando la cámara los acompañe develará el desasosiego y la fatiga existencial de ambos. Si en “La Noche”, la misma Mónica Vitti encarnando a Valentina exhibe – ya a los veintidós años – su gusto por “esto, esto, esto y lo otro… me gusta todo”, revelando a las claras que nada colma su vacío, que nada le gusta. Vittoria en su desesperación frente a la incomunicabilidad con Piero, cuando exprese las ganas de verse siempre más presentirá que ya nunca, pero nunca, verá a Piero.

Los minutos finales del “El eclipse” son escalofriantes, el vacío envuelve al espectador, los personajes han desaparecido, preminencia total del plano vacío (vemos la esquina donde se encontraban Piero y Vittoria sin nadie), del tiempo muerto (nada pasa aunque pase alguien), ausencia de personajes, borramiento del rostro (apenas unas figuras cosificadas, rostros sin alma), y un tiempo que transcurre pero no inducido por la acción de nadie – el hombre ha sido eclipsado – sino por la nada, la muerte, la posibilidad de todas las posibilidades.

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