“Víctor y Mariano”, un cuento en la plaza Alem

Plaza Alem
Osvaldo Balzano, vecino de Villa Pueyrredón, inspirado en los pintorescos personajes que frecuentan la plaza Alem, escribió un cuento: “Víctor y Mariano”.

Mientras pedaleo en la posta, disfruto del aroma a césped recién cortado y el vuelo rasante de las palomas huyendo del dominante carancho. Los veo discutir. Me resulta extraño que estén despiertos con los primeros rayos de sol. Quizás el ruido de las bordeadoras lo hizo posible, o tal vez algunos ladridos cercanos interrumpieron su modorra.

bujinkan illa pueyrredón

Percibo que Víctor golpea varias veces su pecho cubierto por una camisa amarilla con puños negros. Creo que es hincha de “Comu”, y ahora putea porque sus delanteros no le hacen un gol ni al arcoíris. Mariano luce un buzo del Luján que algún egresado le regaló y pide a gritos el tetra. Tras unos sorbos permanecen callados.

Se les acerca una vecina, con un chihuahua, señalándole un lugar. Creo que les indica donde sirven el desayuno gratis. Ellos lo conocen, pero saben que con esa borrachera los voluntarios no los recibirán. Otro vecino les señala el reloj de la cúpula y sigue caminando gesticulando con el Popular en su mano. “Seguro que le pidieron una monedita y los mando a laburar”. Más allá en las mesitas, dos abuelitas observan, como yo, lo que sucede mientras matean con protocolos.

Ya falta poco para terminar mi rutina. Sin darme cuenta los tengo cerca. Víctor viene esquivando baldosas, Mariano intenta en vano enderezarle los pasos. Van hacia la calesita de Martina. Víctor sin barbijo aprovecha que el encargado está de espaldas y monta el unicornio color rosa. Mariano con su tapabocas en el cuello comienza a reírse, mientras pone en marcha el motor eléctrico haciendo funcionar también las luces y la música.

Los alaridos de Víctor, simulando a un Tehuelche vencedor, desconcentran al párroco de Cristo Rey que interrumpe la misa, baja las escalinatas del altar y ante los atónitos feligreses sale a la vereda buscando el origen de su mal humor. Mariano hace del tetra una sortija ante los manotazos del bravío cacique improvisado.

Mientras bajo de la bici, veo cruzar al cura con pasos largos y apurados más de bronca que por el ejercicio intenso. Bastó que pisara la plaza para que la calesita se detenga. Víctor, como si fuera su monaguillo, va a sentarse derechito al banco con el barbijo puesto. No escucho lo que dice el cura, pero por los ademanes sospecho que su sermón no figura en el misal.

Una vez que terminó con el reto, le dio algunos consejos necesarios al encargado de la calesita y volvió a cruzar Zamudio. Tan apurado iba, para terminar la misa, que ni vio al recuperador del Álamo con la carga a cuestas. Mariano haciéndose el tonto espero que el cura se perdiera de vista y fue a sentarse junto a su compinche. Otro muchacho fumando se les suma en la conversación inentendible y le convida un pucho a Víctor que ya tiene el barbijo en la oreja. Mariano convierte un triple arrojando el tetra al cesto.

Antes de cruzar Cochrane, me doy vuelta cuando escucho el llanto desesperado de un niño reclamando por su pelota. Víctor dándole un puntazo a la numero 5 la mandó tan lejos que el 169 tuvo que esquivarla para no dejar al niño sin juguete. Imaginé bien, Víctor es de Comu. Porque para entonces los tres, abrazados, dan vueltas, saltan y gritan ¡Vamos Cartero todavía!

El silbato del cuidador de la plaza logra calmarlos como en un final de partido. Caen como moscas sobre el banco y enseguida se vuelven a dormir como si nada de esto hubiese pasado. Quizás estén en lo cierto y yo lo soñé. Suelo hacer una siestita después de leer un rato debajo del umbroso plátano en la placita Alem.

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