En agosto, la Universidad de Buenos Aires (UBA) celebró su Bicentenario. La gratuidad y el libre acceso son dos de sus atributos más particulares. Su calidad docente y de investigación le permiten estar muy bien posicionada en los rankings globales. En esta nota, Pablo Martínez Sameck, titular de cátedra en la sede “Drago” del Ciclo Básico Común reflexiona sobre la importancia universitaria en la sociedad.
Por Mateo Lazcano
El 12 de agosto de 1821, el país llevaba apenas un lustro como independizado. Para ese entonces un grupo de intelectuales fundaba la Universidad de Buenos Aires (UBA). No era la primera: Córdoba, por influencia religiosa, se había anticipado varios siglos.
Pero la casa de estudios de la ciudad capital se convertiría por peso específico en la más importante de la Argentina, manteniendo una constante relevancia a nivel regional y con dos atributos que la destacan en el mundo: el libre acceso y la gratuidad.
A diferencia de otras, la Universidad de Buenos Aires no tiene un campus, sino que sus sedes se van repartiendo en decenas de puntos de la Ciudad. En la zona norte contamos con una de ellas desde 1985: la “Leónidas Anastasi”, o “Luis María Drago”, por su ubicación lindante con dicha estación del Ferrocarril Mitre en Villa Urquiza. Esta es una de las dependencias donde se dictan clases del Ciclo Básico Común.
Pablo Martínez Sameck es docente de Sociología, una materia obligatoria para los inscriptos en cuatro de las trece facultades que tiene la UBA. Invitado a reflexionar sobre el Bicentenario de la Universidad de Buenos Aires, destaca los aspectos que la definen, el rol de estas instituciones en la sociedad y las particularidades de la sede “Drago”, con un perfil socio económico muy definido en sus estudiantes.
“No se puede entender la UBA sin comprender la Reforma Universitaria de 1918, llevada a cabo por el famoso manifiesto del estudiantado, donde se retomó el espíritu originario de una universidad, y su carácter integral”, introduce.
Señala que “aquí no tenemos clientes, y nos importa la elevación intelectual del alumnado. En una época cosificante y consumista, sigue siendo un instrumento de ascenso social, fortalecida fundamentalmente desde el decreto de la gratuidad firmado por Perón y el acceso libre que eliminó los cursos de ingresos en la era de Alfonsín”.
Para Martínez Sameck, esta institución educativa tiene un aporte que es cada vez mayor en sociedades de desarrollo económico medio-bajo como la argentina, producto de su realidad económica.
“Contamos con una alta innovación en lo biológico y medicinal anclado en la UBA y el Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), que resulta clave en una era marcada por la mercantilización de las relaciones sociales, donde la globalización económica y la primacía de un discurso orientado en lo científico-técnico gracias a lo digital ha producido una intangibilidad de los saberes y un dominio del consumo”, analiza.
Continúa su tesis enfatizando que la idea de una universidad pública en una sociedad “tiene que ver con la visión de procurar un mercado propio”, y que es clave cómo se ha logrado resistir la “etapa de avance contra la universidad” que llegó en los años 90.
“La Organización Mundial del Comercio había planteado que el servicio educativo era un bien de mercado, transable, y ya no un derecho civil, como el trabajo, sino un bien transable”, comenta Martínez Sameck, un firme defensor del “carácter social” que tiene una universidad, que, dice, está en riesgo en estos tiempos donde se enfatiza la “vocación individual”.
“Es su deber el de constituir y socializar conocimientos. Hacer de los jóvenes hombres adultos con opinión propia y criterio. El saber universitario es universalista, porque nos forman como ciudadanos. El universitario es el ciudadano que tiene criterio formado para enriquecer la realidad”, argumenta.
Este docente de más de cuatro décadas de experiencia en los cursos asegura que “la verdadera y única universidad, que cumple con el espíritu que debe en una sociedad, es la pública. Se investiga, se hace extensión universitaria, se brindan ciclos de integración comunitaria y docencia. Toda la sociedad crece con ella”.
Asegura que resulta clave la autonomía brindada por la Reforma de 1918. Desde lo presupuestario y su conducción autárquica, y también en lo relativo a la libertad de cátedra. “Se garantiza que, si vos te atenés a los contenidos mínimos de la materia, y no cometés ninguna trasgresión profesional o académica, tenés la soberanía de dictar el programa que consideres conveniente y no seas observado. Esto es lo que siempre ha irritado a las dictaduras, y que ha forzado las intervenciones y episodios como la Noche de los Bastones Largos”.
“Estos tiempos hacen primar la doxa, o la opinión, por sobre la episteme, que es el conocimiento. Queda claro con el tema de las vacunas, en la que las personas que niegan a la ciencia con argumentos emocionales y lejanos a todo tipo de saber ocupan un rol clave para trabar la salida de la pandemia”, ejemplifica. “En una sociedad solo hay superación con conocimiento fundado”.
Particularidades de la Sede Drago
Martínez Sameck da clases en la sede “Drago” y en otras dos del Ciclo Básico Común (Ramos Mejía, en Parque Centenario y Montes de Oca, en Barracas). Respecto a la situada en Villa Urquiza, en el edificio donde funcionó la ex fábrica Adams, en Holmberg y Pedro Ignacio Rivera, destaca que es “una de las más ordenadas desde el punto de vista edilicio y la distribución”.
Incluso afirma que la sede “Drago” es de las más reconocidas, dado que el Director del Ciclo Básico Común, Jorge Ferronato, tiene una cátedra allí. No obstante, afirma que el gran problema que tiene es “la falta de aulas de concentración masiva para clases magistrales de más de cien personas”.
Con un análisis propio de un experto en la temática, explica que el alumnado tiene un perfil socioeconómico muy claro. “La enorme mayoría de las y los estudiantes provienen de escuelas privadas parroquiales, con subsidio, y no de inglesas o alemanas, que tienen una cuota muy elevada”.
Aunque aclara que “sí se ve un perfil más elitista que el que tiene, por ejemplo, la sede de Barracas, donde la mitad son de nítido ascenso social para sus familias”. Según el docente, el área de procedencia de Drago en su mayoría es de los barrios de la zona; de Vicente López y parte del partido de San Martín, dada la conexión con el Tren Mitre.
La asignatura Sociología, que da Martínez Sameck, es obligatoria en el Ciclo Básico Común para carreras de cuatro facultades: Filosofía, Sociales, Derecho y Ciencias Económicas. Esto hace que no sea sencillo encarar una clase con el objetivo de cautivar el interés de un alumnado con cosmovisiones tan diversas. Sin embargo, para el titular de cátedra, esto no es un escollo.
“Nos enfocamos en el sistema de ideas por el que se establecen las creencias en la sociedad, y para eso hay que partir de la cotidianeidad. Toda la gente tiene vida social, por lo que invitamos a cada alumno y alumna a reflexionar sobre su condición de existencia. Lo social es una construcción social de la realidad, por lo que al utilizar los instrumentos de la cotidianeidad pueden ponerse a pensar que esto entonces me pasa porque…, o entonces no soy tan libre como pensaba, estoy condicionado”.
La pandemia llevó, en este último año y medio, a dar clases desde la virtualidad. Una experiencia que el sociólogo define como “horrible”. “No sabés a quién te dirigís. En docencia, es fundamental mirar a los ojos. Yo además por una cuestión pedagógica tengo un recurso estratégico interno: siempre miro la última fila para ver la atención del curso, para reorientar y motivar en el caso de ver que no logro concitar el interés suficiente. Hoy eso no se sabe, es una relación imperceptible y muy ajena”, concluye.
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