Las calesitas resisten en Villa Pueyrredón

Calesitas en las plazas
Leandro Alem y Martín Rodríguez |


Pese a la competencia con la Play Station y la computadora, las calesitas mantienen su presencia en el barrio. Las de las plazas Alem y Martín Rodríguez son modernas, incluyen otras atracciones para chicos y son visitadas por centenares de niños cada semana. En esta charla, sus encargados hablan de su pasión por ellas y explican cómo se logra el clima tan ameno y especial que se da al visitar las calesitas.

Por Mateo Lazcano

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2017, tiempos de Play Station, computadora y tableta. De chicos que se divierten de las paredes para adentro, solo ellos y una pantalla. Donde los que corren detrás de la pelota son Messi y Cristiano, animados y no los pibes en la esquina de la casa. Y las muñecas y los autitos, se llenan de polvo y pasan a ser reliquias. Con una reciente incorporación que está en las manos de todos los chicos: el Spinner, un inentendible jueguito que consiste en girar un objeto hasta que pare.

Con esta descripción de la infancia de nuestros chicos, hablar de calesitas parece retroceder décadas en el tiempo. Pero no: son decenas los chicos que llevados por sus padres, realizan ese paseo cada fin de semana. Ahora, en estos tiempos. Y en Villa Pueyrredón.

Si bien el resto de los barrios de la zona también tienen calesitas, Pueyrredón se caracteriza por la cercanía entre ellas, el buen estado de mantenimiento y la afluencia de gente. Las plazas Martín Rodríguez (Habana y Helguera) y Leandro Alem (Artigas y Cochrane) son las sedes de las calesitas pueyrredonenses. Pasar por ellas un domingo cálido, aun en pleno invierno, implica llenarse de un ambiente familiar, ameno, de buena onda.

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“Te rejuvenece”, sentencia Nelson. Es el dueño de la calesita de la plaza Martín Rodríguez. La armó de cero, refaccionando una anterior. El propio espacio verde fue testigo de cómo iba evolucionando la construcción de la calesita, y generando expectativa. Los arreglos del año pasado en la plaza ayudaron a que se luzca más, dice Nelson, detrás de un mostrador, en el modesto lugar de trabajo. El fondo de la pared es pintoresco: está lleno de dibujitos que los chicos hicieron a Nelson como presentes.

“Me hubiera gustado ser el hijo de Moyano o de Tinelli, pero pertenezco a la cuarta generación de calesiteros”, explica con una sonrisa Juan Couto. Es el dueño de la calesita de la Plaza Alem. Hace pocos años llegó allí, pero antes estuvo por Palermo y otros lugares. Con orgullo dice que fabrica calesitas y es herrero, pero su momento del día es a la tarde, cuando abre el puesto. Es su gran hobbie.

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Juan reconoce que el negocio ya no es tan rentable como lo fue en la época dorada: “Antes capaz vivíamos y guardábamos un mango, hoy cuesta bastante más. Pero nos mantenemos. Esto es más pasional que comercial”, dice. Y describe: “Nosotros no tenemos una calesita, somos calesiteros. Nacimos con esto”.

Tantos años en el rubro hacen que vean con sus propios ojos el crecimiento de tantos chicos, que hoy no lo son tanto. Nelson rescata que se encuentra con chicos que fueron a su calesita, que hoy llevan a sus propios hijos, y lo recuerdan. Juan tiene anécdotas parecidas, topándose con chicas y chicos después de tanto tiempo, que tienen el recuerdo de él y ya son adultos.

El clima es muy familiar. Atrapa solo con estar un rato allí. Reina la armonía, la alegría y la energía de los chicos. Y la mirada mitad orgullosa y mitad “babosa” de los padres. “La gente es muy cordial, tratamos de que haya buen clima y que vuelvan lo antes posible. Por suerte lo solemos conseguir”, dice Nelson, quien destaca también el rol de un muchacho que trabaja con él y tiene mucho vínculo con los pequeños. Juan también rescata que escucha historias, que le cuentan cosas con mucha confianza y que termina haciendo “de psicólogo”. Y agradece la interacción conseguida con los propios chicos: “Ellos dicen vamos a la plaza de Juan, directamente”.

La edad de los chicos es baja. Algunos arrancan al año. Llegan hasta los ocho años aproximadamente. Antes era común encontrar preadolescentes de once, doce años en la calesita, sostienen los experimentados calesiteros. Pero hoy en día “tienen más vergüenza, salvo cuando vienen en grupo, que he visto de esa edad”.

Es pareja la proporción de sexos. Y vienen acompañados casi todos, por padres, abuelos, hermanos mayores, padrinos u otros familiares. Hoy en día algo los une a todos ellos: casi no hay quien, celular en mano, tome fotos o videos de los chicos en la calesita.

El sacrificio de quienes se encargan de las calesitas es grande. Trabajan de lunes a lunes. En la Plaza Alem por la tarde y en la Rodríguez incluso desde el mediodía. El tiempo de cierre depende mucho del factor climático, lógicamente en verano está más tiempo abierta. Si bien en la semana se acercan chicos, el fin de semana y especialmente el domingo es el punto más alto. Tienen un único enemigo pesado: la lluvia, que impide que abran.

El día de la recorrida de esta crónica parece ser el ideal. Domingo cálido de invierno, después del mediodía. La calesita tiene mucho movimiento, los chicos entran y salen de la mano de sus padres y abuelos. Nelson no da abasto entre la gente que compra el boleto, quiere otra cosa o va a charlar con él. Sus clientes son del barrio, ya que, como dice, la plaza no está ubicada en una zona de paso. “Conocemos las caras y los nombres”, asegura Nelson.

Juan coincide que un día como ese es perfecto y permite sostener incluso una semana regular. Pero cuando hay lluvia, hay que remarla. Con humor incluso dice que “siempre ponemos excusa por todo. O porque hace calor, o frío, o porque empiezan las clases o porque los chicos van a ver el teatro en vacaciones de invierno”. Pero rápidamente aclara que le encanta el trabajo que realiza, y que no puede quejarse de la concurrencia.

La oferta fue aggiornándose y ampliándose. Ninguno de los dos locales tiene solo la calesita. En la plaza Alem, hay un inflable al costado, juegos electrónicos, se vende pochoclo. “Además vamos cambiando los personajes, tenemos que tener un Mickey que los chicos de hoy conozcan”, explica Juan.

También en la plaza Rodríguez sucede. Si bien tratan de que la calesita no deje de ser el centro, fueron agrandando la oferta y venden bebidas, globos metalizados y pequeños molinos de plástico, entre otras cosas.

El mercado de las calesitas, para gratitud de estos encargados y de todo sus concurrentes, está lejos de extinguirse. Las calesitas fueron declaradas patrimonio cultural en la Ciudad de Buenos Aires, y además fueron autorizadas decenas de nuevas atracciones de este tipo dentro de los límites porteños.

Nelson incluso destaca que ahora deberán reportarse a Espacios Verdes y no ya a Cultura de la Ciudad a la hora de pagar el canon por la concesión. “Esto tiene futuro”, dice Juan Couto.

El clima es relajado, natural. Los dueños de las calesitas destacan: “es el ambiente más sano que hay, sin maldad”, asegura Juan. Coincide Norma, abuela del pequeño Matías que viste la camiseta de River. Ella está contenta de traer a su nieto a este espacio. Dice que amigas de ella no tienen la misma suerte.

En la plaza Rodríguez también hay un cuadro similar. “De acá sale con una sonrisa increíble”, habla mirándolo la madre de Sebastián, de dos años y medio. El papá de Antonella, que salta con su amiga Lucía en el inflable de la plaza Alem, destaca que puede compartir una tarde con su hija en forma sana y con contacto social con sus amigas, y no encerrada. Nelson también dice que trae a sus nietos a su calesita. Y que la intención es que todos se sientan cómodos.

Pero para mejor muestra, basta ver la mirada de los chicos. Esas sonrisas, esas mirada de ingenuidad y complicidad con el adulto que los acompañan. Los ojos les brillan y la sonrisa se les forma casi como si estuviera dibujada. Bajan saltando y no pasan segundos que reclaman otra vuelta más.

“Allá arriba, en su fantasía, creen que están en un avión y se transforman”, explica Nelson. Para Juan, la complicidad que logra cada niño con la sortija es única, y clave en el funcionamiento del paseo. Y agrega: “La calesita es el primer lugar en que el chico se emancipa de su padre. Le dice “Chau”, y en esa vuelta, está solo frente al mundo. Es importantísimo”

Lo que sucede está allí y sólo se explica en cada calesita, como en estas dos de Villa Pueyrredón. Porque es allí donde, pese a la desleal competencia, un conjunto de muñecos de madera con representaciones de animales u objetos que giran sobre un eje le ganan a la Play Station, y todas las que se vengan.

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