San Pedro, el minúsculo barrio que emerge de entre las calles de Monte Castro

Iglesia San Pedro en Monte Castro
Una caminata por esta zona de casas bajas y pasajes sugiere revivir la historia de la colonia neuropsiquiátrica Open Door, un centro considerado de avanzada un siglo atrás para el trata-miento de enfermedades mentales.

Por Cristian Sirouyan
Urquiza se Organiza

Las largas sombras de la plaza Monseñor Fermín Laffitte, la gruesa franja verde que decora la cuadra de Hilario de Almeira al 4800, se proyectan desde una larga hilera de árboles añosos. La imagen refleja parte del pasado del barrio San Pedro, una mínima porción de la geografía porteña, de tránsito esporádico y eterna tranquilidad, enclavada en Monte Castro.

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La agradable sensación de desandar un remanso urbano es la marca distintiva que se mantiene inalterable desde 1924, cuando estas ocho manzanas, trazadas en siete hectáreas y media entre Santo Tomé, Lascano, Bermúdez y Benito Juárez, fueran destinadas a la creación del Instituto Open Door, un centro de avanza-da en el tratamiento de patologías menta-les.

Los pacientes se hospedaban en chalés, rodeados de amplias galerías, jardines y calles internas. La exitosa experiencia se extendió hasta 1958 y, a partir de ahí, los trece pabellones del “loquero” – como vulgarmente era simplificada la función social del lugar – se instalaron en el arcón de los mitos urbanos: según recuerdan los vecinos más memoriosos, la Colonia de Fenopatía Modelo solía admitir a pacientes adinerados, cuyas fortunas podían solventar los costos elevados que requerían las internaciones. Los recuerdos de los lugareños también refieren a autos lujosos y un tiempo imposible de precisar con exactitud en que se veía seguido en San Pedro al cantante Ignacio Corsini, gloriosa figura del tango, nacido en Italia.

Además de un tramo del muro perimetral que se mantiene en pie en la calle Lascano, de aquel hospital de puertas abiertas sólo queda apreciar las instalaciones íntegras de la parroquia San Pedro Apóstol, una reliquia levantada en 1921 en Bermúdez 2015, que funcionó como oratorio de la colonia neuropsiquiátrica.

A la arquitectura original del templo fue añadida un atrio, aunque los detalles más llamativos son las cuatro columnas de estilo dórico de la entrada y el campanario que resguarda dos campanas, una tradición de la arquitectura religiosa europea.

“Crecí, me fui y un día volví / plaza de la parroquia (antes el loquero) / tu perfume es diferente, pero no tu esencia / te cruzan muchos que antes te jugaron / y hoy son tuyos / te palpo, te quiero, te añoro”, revela María Inés Mantilla su amor incondicional por el barrio. En ese inspirado pasaje del poema dedicado a Monte Castro se cuela la presencia de la iglesia, una referencia esencial del barrio San Pedro.

El paseo, a toda hora distendido, puede extenderse un par de cuadras más allá de los límites de San Pedro. Del otro lado de Álvarez Jonte, en las angostas dimensiones del pasaje Albania, parecen diluirse definitivamente los bocinazos y hasta los gritos de euforia encendidos los fines de semana en el estadio Islas Malvinas – el lugar de pertenencia de los hinchas de All Boys – y en la cancha de General Lamadrid.

Las dos cuadras de Albania, enmarcadas por las versiones recicladas de 44 casitas construidas por el Gobierno de Italia, representan un homenaje a los inmigrantes albanos que llegaron al país corridos por los horrores de la Primera Guerra Mundial. En Monte Castro – y en su acotado apéndice bautizado San Pedro por sus pobladores – encontraron el sitio indicado para empezar de nuevo.

Imperdible

En la esquina de Álvarez Jonte y Lope de Vega, a cuatro cuadras de San Pedro, la pizzería El Fortín es una parada clásica para satisfacer los paladares más exigentes con porciones de pizza al molde y el fainá tan fino y crocante que se pueda pretender.

Pese a que este comedor abre sus puertas diariamente bien lejos de las luces del Centro, sus variedades de pizza de jamón, morrones, calabresa, anchoas, provolone, fugazzetta con queso y napolitana con jamón, tomate y huevo, el fainá, las empanadas y los postres (pastafrola, tortas de ricota y de dulce de leche, sopa inglesa, flan y merengue, entre otras opciones) se han ganado un lugar preferencial entre clientes locales y turistas.

El riguroso cuidado por el sabor intenso de cada especialidad honra la memoria de los cinco amigos (tres gallegos y dos argentinos) que inaugura-ron el restaurante y bar en 1962, sin imaginar que su modesto emprendimiento -hoy llevado adelante por dos hijos y un sobrino de aquellos pioneros- atraería a decenas de nombres famosos del deporte -como Maradona y Amadeo Carrizo-, el espectáculo y la polí-tica.


Fuente portal de la Cooperativa de Editores Barriales EBC

www.ebcprensacooperativa.net.ar
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