De la cristalización a la felicidad

Por Aldo Barberis Rusca

Henri Beyle (Grenoble, 23 de enero de 1783-París, 23 de marzo de 1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, fue un escritor francés que junto a Balzac son considerados como los padres del realismo literario. Sus obras más reconocidas son “Rojo y Negro” y “La Cartuja de Parma”

El movimiento realista, nacido en la primera mitad del S XIX, se opuso a los cánones impuestos por el romanticismo y propició una literatura “verista” despojada de los sentimentalismos románticos, y centrada en una descripción detallada de la realidad.

La frase que encabeza esta nota ha sido extraída del libro “Del amor” en el que el autor francés despliega su teoría de “la cristalización del amor”.

Veamos como lo expresa el propio Stendhal:

– Ah!, ya entiendo! – Exclamó Ghita – en el momento en que comienza a interesarse por una mujer ya no la ve tal como realmente es, sino tal como le conviene que sea. Compara las ilusiones favorables que produce ese comienzo de interés con esos preciosos diamantes que cubren la rama deshojada por el invierno ya que sólo los percibe, nótelo bien, la vista del hombre que comienza a enamorarse.

– Esa es la causa – proseguí yo – de que las frases de los amantes parezcan tan ridículas a las gentes sensatas que ignoran el fenómeno de la cristalización.

Resulta notable ver cómo este proceso de cristalización se comprueba en otros ámbitos, que no son los del amor pasional de Stendhal sino en el terreno más pedestre de la política.

Releyendo al notable escritor francés, cosa que no había hecho en más de treinta años probablemente, me llegaron los recuerdos de los días iniciales de los gobiernos cuando ante la novedad de las nuevas autoridades electas se las carga con la suma de nuestras esperanzas y expectativas.

No resulta raro ver a los nuevos gobernantes, a sus ministros y a los legisladores que pasan de ser oposición a ser oficialismo, paseándose por los programas de variedades donde periodistas, conductores y animadores contarán acerca de sus costumbres más íntimas; qué comen, qué películas ven, cómo les gusta pasar sus fines de semana, etc.

Las revistas del corazón nos regalarán con sus fotos más emotivas, bañando a sus hijos, paseando a su gato, haciendo un asado en un intento por mostrarlos cercanos, humanos y para que los ciudadanos puedan cristalizar sobre ellos todos sus anhelos y esperanzas.

Claro que siempre hay un reducido grupo de inadaptados que se obstinan en ver los hilos que sostienen las sonrisas, las camisas impolutas y las mangas con gemelos que manejan las herramientas del fogón, los paquetes de manteca sin abrir sobre la mesa del desayuno, las comparsas de seguidores que aparecen como público espontáneo.

E incluso algunas cosas peores también.

En los días previos a la asunción del actual gobierno una periodista tuvo una charla “intima” con la primera dama. Esas charlas hechas en un medio tono tan favorable a las confesiones, donde como amigas se sacan los zapatos y recogen los pies sobre los almohadones del sillón.

“¿Un libro?

“El Manantial, el primer libro que me regaló Mauricio, que es su favorito.”

Lo primero que me llamó la atención es que elija un libro que es el favorito de su marido; no el de ella.

Y lo segundo es el libro en si.

“El Manantial” es un libro de la escritora y filósofa ruso-norteamericana Ayn Rand que narra las peripecias de un arquitecto, Howard Roark, que se encapricha en construir un edificio como él quiere y no acepta presiones, sugerencias ni propuestas de ningún tipo. Prefiere trabajar de picapedrero a ceder un tranco de pollo en su proyecto.

Howard Roark es el héroe de esta trama, y heroísmo es lo que Rand proponía como esencia de su filosofía: “Mi filosofía, en esencia, es el concepto del hombre como ser heroico que tiene como propósito moral alcanzar su propia felicidad, como actividad más noble su rendimiento productivo, y como único absoluto, la razón.”

Y el héroe Howard Roark accede a esa felicidad al final del libro. Claro que lo hace después de dinamitar, utilizando los conocimientos que adquirió como picapedrero, un conglomerado de viviendas sociales y de zafar de ir en cana alegando que “El bien común de una colectividad, una raza, una clase, un Estado, ha sido la pretensión y la justificación de toda tiranía que se haya establecido sobre los hombres”

Porque para Ayn Rand el único sentimiento válido en el hombre es su propio egoísmo, la única meta es su propio beneficio y “el único bien que los hombres pueden darse recíprocamente y la única declaración de su correcta relación es: ¡Déjenme en paz!”.

Uno tiene la tendencia a creer que la gente tiende a identificarse con los héroes de sus libros favoritos; y el hecho de que nuestro primer mandatario tenga como libro de cabecera uno en el que su protagonista se caga en el mundo entero con tal de llevar adelante su objetivo nos deja un tanto consternados, por no decir asustados.

Y si a esto le sumamos que se lo ha regalado a todos y a cada uno de sus ministros, uno se pregunta dónde se encuentra la salida. Aunque sirva para explicar varias cosas.

Lamentablemente se me ha terminado el espacio, pero si continúo contando con la buena voluntad del Jefe de Redacción, en una próxima entrega desarrollaremos con algo más de extensión la corriente filosófica creada por Ayn Rand a la que llamó “Objetivismo”.

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