Dos mil años de historia en un gesto

Lo que hoy se conoce como el Estado Vaticano, uno de los estados nacionales más pequeños del mundo, fue en el pasado uno de los más grandes y poderosos; no solamente en territorios sino en riquezas e influencia política. Y a pesar de que hoy se encuentra territorialmente disminuido sigue siendo uno de los poderes más importantes del mundo.

Por Aldo Barberis Rusca

Cómo todo estado nacional, el Vaticano es un complicado mecanismo cuyo funcionamiento es un rompecabezas casi inexplicable e inentendible, máxime cuando este estado es además la sede de una de las religiones más importantes del mundo, como lo es la católica.

Influir sobre la vida y las conciencias de millones de almas a lo ancho de todo el mundo no parecería ser tarea sencilla y tener una idea acabada de cuáles son las condiciones en la que los fieles católicos se mueven en lugares distantes y diversos menos aún.

Transformar una pequeña secta de fieles perseguidos en la institución más antigua del mundo que aún pervive debe haber requerido de mucha fe y tenacidad pero también de mucha astucia y sagacidad.

Los Estados Pontificios o el Patrimoium Petrii (patrimonio de Pedro) reconocen un comienzo formal aunque mítico cuando en el año 160 d.C. el papa San Aniceto funda un pequeño túmulo sobre la Via Cornelia, en Roma, que con el correr de los siglos llegaría a ocupar prácticamente toda el área central de la península itálica.

En tanto estado nacional los Estados Pontificios o el Estado Vaticano han tenido conductas que poco o nada tienen que ver con la espiritualidad de una religión sino más bien responden a intereses políticos, económicos o territoriales. Y en ese contexto es que la Iglesia cuenta con uno de los servicios de inteligencia más antiguos y eficientes del mundo.

Según Alberto Rivera, ex sacerdote Jesuita que muriera envenenado en 1997, la primera y más trascendente operación de inteligencia de la Iglesia Católica habría sido la promoción de Mahoma como profeta del Islam con el fin de arrebatar a Jerusalén de manos de los judíos y contrarrestar la influencia de las corrientes cristianas heterodoxas en el norte de África que se mostraban reacias a aceptar el poder del catolicismo romano.

Sin embargo no fue hasta el Siglo XVI, durante el papado de Pío V, que los servicios secretos de la iglesia toman carácter institucional.
El Papa Pío V había oficiado como gran inquisidor de Roma y como tal tenía montada una importante red de información que utilizaba con el objeto de detectar herejes, brujas y otros enemigos de Dios, los que luego serían puntualmente torturados y eventualmente muertos en la hoguera.

Al llegar al Trono Papal la reforma se encontraba en pleno apogeo, sobre todo en el norte de Europa, lo cual dio origen a la contrarreforma y con ella la posibilidad de profundizar y extender el poder de la Inquisición, bajo el nombre de Santa Alianza, como sistema de información sobre los enemigos reales o potenciales de la iglesia y, particularmente, para combatir a Isabel I de Inglaterra, enemiga declarada del Papa.

La inteligencia católica ha tenido fundamental participación en casi todos los procesos históricos, políticos y sociales en todo el mundo desde ese momento hasta el presente. En algunos momentos le ha servido para actuar y en otros para mantenerse al margen, pero siempre, en todo momento, la iglesia católica ha tenido la mejor información disponible sobre cada acontecimiento.

Durante la Revolución Francesa el Papa Pío VII tuvo un espía cuyo nombre, Joseph de Salamón, solo se ha conocido recientemente gracias a las investigaciones del historiador de la política papal Eric Frattini. Pero no solamente el Papado ha tenido, o tiene, servicios de inteligencia dentro de la iglesia.

El ultramontano Opus Dei y sobre todo la Compañía de Jesús, cuentan con su propio servicio de información; a punto tal que la CIA “considera y admira a la Orden de los Jesuitas como el servicio de inteligencia y espionaje más grande del mundo” según las palabra del ex agente E. Howard Hunt.

Como se ve, la Iglesia Católica cuenta con una red de inteligencia montada desde hace siglos, una red que no necesita de grandes equipamientos tecnológicos porque tiene el mejor sistema de información conocido hasta hoy; el confesionario. Con él tienen acceso directo a las almas de millones de personas en todo el mundo.

Cuando esta nota vea la luz el Papa Francisco estará cumpliendo su tercer año al frente de la Iglesia Católica siendo el primero en pertenecer a la Orden Jesuítica.

Ser jefe de la Iglesia y jesuita nos da la pauta de que es un hombre que se encuentra en posesión de un caudal de información inusitado e incomprensible a los ojos de la inmensa mayoría de la humanidad. Un caudal y una calidad de información que es envidiada y deseada por los líderes más importantes del mundo.

Pero a su vez el Papa es, como muchas veces se dice, un vicario, un representante y como tal sus palabras no son suyas, sus palabras, sus silencios, sus gestos y sus actitudes nunca deben tomarse a título personal sino como la palabra de una institución milenaria que ha permanecido a pesar de los ataques, persecuciones y cambios sociales y políticos; adaptándose, transformándose y adecuándose en un movimiento lento pero persistente. Porque los hombres pasan, pero la Iglesia permanece.

En estos tiempos, un argentino por primera vez ocupa el Trono Papal, lo cual hace que para nosotros cada gesto y cada palabra tendrán particular relevancia. Y los últimos gestos y palabras del Papa Francisco no han sido del agrado de muchos, sobre todo de muchos que se jactan de ser profundamente católicos al punto de hacerlos renegar de la autoridad papal y de proferir destemplados insultos por lo que ven como una actitud “muy politizada, muy de izquierda” como diría una afamada conductora de TV.

Hasta la inexplicable Elisa Carrió ha expresado su furia en contra del Papa por sus actitudes y por, según ella, “gustarle la gente menor y mediocre”.

Es propio de necios pretender ignorar que hay gente que cuenta con mayor información de la que jamás tendremos posibilidad de acceder y de soberbios juzgar a todo aquel que no comulgue con nuestras opiniones.

Desde esta columna, desde donde siempre combatimos el dogmatismo, bregamos por escuchar y tratar de interpretar los gestos y las palabras de un hombre que habla desde miles de años de historia.

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