Fútbol feminista, “pateando estereotipos y mandatos”

Futbol Feminista en Villa Pueyrredón
Es un proyecto del Frente de Mujeres de Villa Pueyrredón iniciado hace cuatro años. Se reúnen a entrenar los martes y viernes a la noche en la cancha pública del parque de la estación (Paseo del Centenario, Franco y Condarco). Deporte recreativo y gratuito, “pateando estereotipos y mandatos”. Reclaman por los cortes de luz que les impiden practicar pasadas las diez de la noche.

Por Juan Manuel Castro

La “equipa” del Fútbol Feminista de Villa Pueyrredón tiene aguante. Hay gambeta, alegría y compañerismo. Los martes y viernes por la noche, a partir de las 21 horas, un grupo de mujeres se reúne a jugar en la cancha pública del Parque de la Estación. Los entrenamientos apuntan a lo recreativo, pero sobre todo funcionan como una “red de contención” y encuentro. Se trata de un espacio con cuatro años de existencia donde gambetean la rutina y, sobre todo, “estereotipos y mandatos”: “Que no nos representan, desde ahí los trabajamos para construir otras formas de ser”.

“Nos divertimos como niñas, nos reímos si no podemos dar dos pases seguidos y nos alentamos cuando lo hacemos bien”, cuenta Laila, en la previa de un entrenamiento y, asegura, la sensación de pertenencia se vive dentro y fuera de la cancha: “Acá estamos todas juntas”.

De modo similar, Paula, jugadora y actual entrenadora del grupo, señala: “Es un espacio que se genera para entender que nosotras podemos hacer más cosas que solo los roles históricamente asignados a las mujeres. Este es un espacio donde podemos ser y hacer lo que tenemos ganas. Acá nos animamos, más allá de la edad, la habilidad o lo que a una le lleve a pensar que no puede”.

Esta es una iniciativa que nació del Frente de Mujeres de Villa Pueyrredón (Espacio AIREScomuna12), orientado a mujeres y disidencias mayores de 15 años. Todo empezó con unos piques y pases sueltos, un momento más lúdico que atlético. “Estábamos haciendo una actividad en un club, empezamos a patear al arco y nos empezó a gustar. Dijimos de empezar a juntarnos, conocíamos esta cancha”.

Desde entonces, la pelota nunca dejó de rodar. “Es un momento en que salirnos de lo de todos los días a transpirar, hacer un deporte que nos gusta y generar una red de contención que hace falta”, indica Laila.

La cuestión de construir una red fue clave: hacer correr la voz para que la mayor cantidad de conocidas se enteren y se sumen. “Se tendieron lazos que con el correr del tiempo se fueron extendiendo entre vecinas, conocidas, amigas”, recuerda Paula y agrega: “Algunas son mamás o abuelas, cabeza de familia, algunas son comerciantes, docentes, una gran variedad encontramos en este espacio”.

El “boca en boca” fue el inicio para convocar a más jugadoras, pero también el hecho de estar presentes en la cancha todas las semanas, hacer visible la actividad. Así pasó con Romina que, al poco tiempo de tener a su hijo y mudarse al barrio, pasó por el parque y vio de lejos una práctica. “Cuando era más chica jugaba, después largué por cosas de la vida. Un día pasé caminando ý las vi. No me animé a acercarme y preguntar. Pasé dos veces y no me animé. A la tercera me dije por ahí me aceptan para jugar, y me mandé”, recuerda.

“Me sentí bárbara desde el primer momento”, asegura Romina, alegre de haber dado el paso e integrar esta “equipa feminista”. Ahora, mientras su hijo más grande ya corretea y arenga a su madre y compañeras, continúa practicando el deporte que de chica le gustaba junto a sus nuevas vecinas de barrio y gambetas, siempre con las franjas azul y oro en el pecho.

De modo similar, Lucía llegó al grupo. Salvo que ella las conoció por las redes sociales y, luego de escribirles, se calzó los botines y su remera de Racing para traspasar “esa cuarta pared” digital. Por su parte, Roxana, también fanática del fútbol desde siempre, conoció esta iniciativa porque varias de las jugadoras llevaban a sus hijos a entrenar al mismo lugar.

Y así cada historia, única y a la vez entrelazada a lo que ocurre dentro y fuera de esta cancha en Pueyrredón. “En el barrio se generan lazos y este encuentro es parte de ello”, asegura Paula. “Podemos hablar, tener más intimidad, conocernos desde otros lados, compartir vivencias; venimos de distintos lugares, podemos compartir nuestras historias, ver que en algún punto siempre hay algo en común con todas”.

La luz y las “frutillas”

En estos cuatro años, las jugadoras probaron de entrenar en otros espacios, como en Saavedra y la Plaza Alem, también en Pueyrredón. No hay caso: su lugar está aquí, en la canchita del parque de la estación, con todo lo que ello implica.

“Sigue siendo nuestra cancha de apego”, dice Laila con orgullo. También con picardía, en complicidad con sus compañeras. Las risas son contagiosas por motivos nada abstractos. El cariño y la pertenencia también tienen su lado B y en este caso tiene que ver con las condiciones de la cancha.

“Elegí tu propia aventura”, añade al respecto. No por los tiros al arco o por los festejos de gol. “Desde que tenemos memoria el piso está en malas condiciones”, dicen las jugadoras. “Yo por eso nunca uso pantalones cortos, te caes y no la contás”, dice Roxana.

“La otra vez se cayó una chica y se hizo terrible frutilla (raspón). Un frutillón”, describen entre risas para desterrar la idea de un golpe de ese tipo. “Una quiere venir a jugar acá, pero no arrastrar dolores de ese tipo toda la semana”, razonan.

El piso, más parecido a la brea de la avenida que a un espacio de deporte, no es lo único. En los alrededores de la cancha hay tierra, por lo cual se hace un lodazal después de las lluvias y quedan charcos: “Se inunda, es un peligro, te podés resbalar”.

Además, hay unos asientos de concreto de forma rectangular a centímetros del límite de la cancha. “No me desnuqué de suerte una vez”, invoca una de ellas y asegura: “Ahora pusimos que el límite es más acá (hacia adentro de la cancha), así evitamos al máximo cualquier tipo de golpe”.

Como había informado este medio, también en la Escuelita Deportiva de Villa Pueyrredón hacían señalamientos por estos problemas, algo que allí además se agrava por el hecho de haber menores entrenando.

No es lo único, también hablan de la iluminación, algo que las obligó a reformular sus horarios de prácticas y en varias ocasiones les impidió directamente juntarse a jugar: “Había apagón total, super temprano”.

“Estamos cerrando las practicas a las diez de la noche, porque a esa hora apagan las luces”, dijeron, algo que resulta peculiar porque en general los espacios públicos porteños están toda la noche con los reflectores encendidos.

Esto pasa hace más de un mes y, si bien no lo toman como algo personal, aseguran que complica bastante el desarrollo de la práctica. Esperan que a futuro esto cambie, para poder llevar adelante sus prácticas con tranquilidad y sin miedo de quedar a oscuras de un momento a otro.


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