Intento de magnicidio y odio político: la noche que vivimos en peligro

Intento de magnicidio contra Cristina
El arma que esgrimió Fernando Sabag frente a la Vicepresidenta nos apuntó a todos. Después del estupor vino el repudio, pero no el acercamiento. En la lógica del enfrentamiento permanente ¿es posible la reconciliación?

Por Fernando Casasco

El sol se cuela entre los edificios de esta mañana casi primaveral en las calles de Recoleta. Muchos negocios están cerrados debido al feriado decretado por el Presidente de la Nación. En la esquina de Juncal y Uruguay una fila de cámaras enfrenta a una fila de policías con escudos. Detrás de las cámaras se ubican periodistas y camarógrafos, que dialogan en voz baja, chequean sus celulares.

Más atrás decenas de militantes y curiosos aguardan en silencio, con gestos angustiados, con expresiones de interrogación. Son muchos menos que los que se agolpaban la noche anterior, cerca de las 21, cuando lo increíble se hizo real.

Sobre el poste de un semáforo peatonal alguien, con una tipografía delicada y juvenil, dejó una nota escrita sobre una hojita con renglones: “¡Muchas gracias Cristina! Acá tenés el pueblo para la revolución”. Debajo de la frase zigzaguean unos corazoncitos. El tercero de ellos es apenas visible, asomándose por debajo de la cinta naranja que atraviesa toda la calle de vereda a vereda, separando el dispositivo policial de la prensa y los manifestantes. La cinta de material plástico reza: “Escena del crimen – No pasar. P.F.A.”

Ese crimen no es un crimen más. En esa esquina unas doce horas antes un hombre joven intentó lo que hasta ese momento era inconcebible en los últimos años de vida democrática. Blandió una pistola y gatilló dos veces sin lograr su objetivo frente a la cara de la actual Vicepresidenta y dos veces Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner. Ese crimen, de haberse perpetrado en su fin último, hubiera puesto en jaque la democracia, el orden social, el futuro del país.

Nunca como el jueves 1 de septiembre por la noche millones de argentinos sentimos un escalofrío semejante acerca de la posibilidad de perder la paz y la endeble convivencia. Muchas decenas de miles de esos argentinos se congregaron horas después en la Plaza de Mayo y en distintos puntos del país para expresar su repudio a lo que acababa de ocurrirle a Cristina, a la democracia, a todos y todas.

La masividad de la movilización se asemeja a la de otros momentos dramáticos de la democracia argentina que el año próximo cumplirá 40 años ininterrumpidos. Muchos recordaron, por ejemplo, la concurrencia popular a la Plaza de Mayo durante los levantamientos carapintadas de la Semana Santa de 1987. Pero mientras aquella vez el entonces presidente Raúl Alfonsín estuvo ladeado por los peronistas encabezados por Antonio Cafiero, y adherentes de todas las fracciones políticas se sumaron a la movilización, esta vez la concurrencia y la dirigencia presentes respondía casi exclusivamente al oficialismo de turno. Parafraseando a Víctor Heredia podríamos preguntarnos “¿Qué nos pasó?, ¿cómo ha pasado?”

Plaza de Mayo, viernes 2 de septiembre
El kirchnerismo, dentro de todas sus limitaciones, intentó recuperar el espíritu del peronismo original: una administración que recuperó la primacía de la política frente a los grandes intereses económicos y construyó cierta idea de soberanía de cara a los poderes globales. Ese empuje varias veces se concretó, en un país que crecía, daba trabajo y reducía la pobreza; a veces chocó contra sus propios límites, otras se extralimitó y pareció llevarse todo (menos su impronta democrática) por delante. Pero nunca cejó en su intento.

Sus enemigos no se lo perdonaron. De las críticas se pasó muchas veces al panfleto incendiario y los cacerolazos. Donde los propios veían una gesta casi revolucionaria, los rivales describían a “una banda de chorros”, “corruptos”, “autoritarios” y otras delicias.

Desde 2015, con el gobierno de Mauricio Macri, el cónclave político / mediático / judicial trabajó a pleno para cumplir con su objetivo de liquidar la experiencia histórica del kirchnerismo: el país mega-endeudado en moneda extranjera, los dirigentes peronistas perseguidos por la justicia y/o espiados ilegalmente, el derrumbe de los salarios, menos derechos sociales y laborales para la población. Eso no se detuvo incluso después de la asunción del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner en 2019.

La ya famosa “grieta” diagnosticada varios años atrás se ensanchó y profundizó. Los que intentaron ir “por el medio” fueron subsumidos en uno de los lados o cayeron en los abismos de la consideración pública. Mientras tanto, se da un proceso que el historiador Ernesto Semán caracteriza como de “marcada radicalización de la derecha en sus agendas, en su discurso, y en el tipo de identidad política, social, y en algunos casos racial, que se va construyendo alrededor de esa radicalización” *.

La prédica constante contra la ex presidenta, dirigentes y militantes de su sector se transformó en una virtual condena pública. El nivel de agresividad creciente, incentivado por redes sociales y personajes mediáticos, tuvieron su correlato en las calles. Las bolsas mortuorias en las rejas de Casa de Gobierno, las guillotinas y horcas como amenazas dedicadas a Cristina y otros dirigentes en marchas opositoras, las agresiones a periodistas, el escrache a funcionarios, un candidato a diputado baleado en Corrientes, una bomba en un local partidario en Bahía Blanca… la enumeración es elocuente. El ataque a pedradas al despacho de la Vicepresidenta en el Congreso durante una marcha parecía la máxima agresión soportable. Hasta esa noche del 1 de septiembre.

La mecha se encendió tras el alegato de los fiscales de la causa Vialidad, Diego Luciani y Sergio Mola, quienes pidieron 12 años de prisión y la inhabilitación para ejercer cargos públicos para la ex presidenta. Negada la posibilidad de ampliar su indagatoria por el tribunal – que admitió que dichos fiscales ingresen nuevas pruebas cuando ya estaba cerrada esa etapa -, la Vicepresidenta expuso en redes sociales el direccionamiento que habían hecho los fiscales al único fin de lograr una condena y un intento de proscripción de la ex mandataria.

Con las cámaras televisivas instaladas frente al domicilio de la ex mandataria sobrevinieron las protestas y escraches. En respuesta, se multiplicaron las manifestaciones pacíficas y ruidosas a favor de Cristina, las que tuvieron un corte el sábado 27 de agosto, cuando la zona de Uruguay y Juncal apareció vallada por una orden (¿error de cálculo o provocación?) del Ministerio de Seguridad porteño. A partir de allí, la convocatoria masiva, las vallas derribadas por los militantes, la represión policial y hasta el propio hijo de la ex Presidenta, el diputado Máximo Kirchner, agredido e insultado por uniformados cuando intentaba ingresar al domicilio de su madre.

Los que hoy aseguran que en Argentina no existe discurso del odio, mostraron sus fauces. Un diputado del PRO reclamó pena de muerte para los condenados por corrupción (en obvia alusión a la ex presidenta). El diputado Ricardo López Murphy publicó un breve comentario en su Twitter: “Son ellos o nosotros”. El conductor del prime time radial Eduardo Feinmann parafraseó entre risas la canción de la militancia kirchnerista: “Si la tocan a Cristina, que gran país vamos a armar”.

Ida y vuelta. El kirchnerismo acusó a Horacio Rodríguez Larreta de la represión y Cristina cuestionó el alcance de la autonomía porteña; el macrismo acusó al kirchnerismo de romper con el orden público y de redoblar la apuesta para victimizarse. Días después un personaje extraño, Fernando Sabag Montiel – ¿loco, perturbado, incitado, lobo solitario? – intentó gatillar sobre la cabeza de la principal dirigente del país. Lo anormal, lo inesperado, lo inconcebible, se vuelve casi previsible en la espiral en que nos encontramos.

Hubo mayoría de repudios al atentado en casi todo el espectro político. Pero casi ningún llamado personal a los Kirchner (con las únicas excepciones de Gerardo Morales, Martín Lousteau y Emiliano Yacobitti). En cambio, la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, no deploró el intento de magnicidio y criticó la utilización política que hizo el gobierno. El diputado libertario Javier Milei mantuvo el mutismo hasta su discurso del sábado en el Congreso en el que repudió “todo tipo de violencia”. Su colega José Luis Espert, el que en sus redes sociales calificó de “simios drogados” a los kirchneristas, negó la existencia de discursos de odio. Otros dirigentes opositores, en línea con usuarios de redes, dijeron descreer del ataque o negaron que se trate de violencia política. Las minorías intensas, de un lado y del otro, reclaman más endurecimiento, no mayor distensión

Tras la solidaridad inicial, casi toda la oposición criticó la convocatoria desde el Poder Ejecutivo a la movilización, el feriado y la mera mención a acabar con los discursos de odio. A los dos días los medios en que muchas de esas diatribas se tornaron en el pan de cada día hablaban de “supuesto ataque” y decían que el kirchnerismo lo usaba como excusa para terminar con la libertad de prensa. ¿Una plaza unificada, un repudio unánime? Una quimera.

Esos corazones de la notita dejada en un poste de Recoleta, siguen tratando de asomarse por detrás de la cinta policial. En épocas de discursos destemplados, el afecto (sin el cual no hay acción política) busca mantenerse a flote. ¿Será posible que el amor venza al odio?

*https://elpais.com/internacional/2022-08-21/ernesto-seman-mas-que-polarizacion-lo-que-hay-en-argentina-es-una-clara-radicalizacion-de-la-derecha.html

 

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