La censura, la libertad y la muerte del arte

Al finalizar la nota del mes pasado algo, un residuo tal vez, el esbozo de una idea quedó flotando en mi mente durante varios días. A cada rato la historia de la “Fundación” de Asimov me volvía a dar vueltas, me recordaba algo y no sabía muy bien a qué. Tuve que hacer un ejercicio de asociaciones que me llevó a dar con algo que estaba más cerca de lo que pensaba.

Por Aldo Barberis Rusca

Cada vez que pensaba en la trilogía creada por Isaac Asimov me llegaba la idea de una Fundación que reuniera todo el conocimiento y la cultura para preservarla de la barbarie que se avecinaba e inmediatamente me aparecía el anaquel de detrás de la puerta de la librería

La estantería de Ciencia Ficción de don Enzo Fiorentino estaba prolijamente ordenada en orden alfabético y quiso la casualidad que la santísima “cuatrinidad” respondiera al ABCD: Asimov, Bradbury, Clarke, Dick.

Esa disposición siempre me había llamado la atención y ahora me llegaba con mucha fuerza la vecindad entre Asimov y Bradbury; cercanos alfabéticamente pero no tanto en su concepción literaria ya que mientras Asimov fue un científico, profesor de bioquímica y caracterizó su obra por atenerse al rigor científico; Bradbury fue básicamente un escritor toda su vida desde su temprana adolescencia.
Sin embargo en sus vidas hay varias coincidencias.

Eran contemporáneos; Asimov nació en 1919 y Bradbury en 1920 y ambos editaron su primer libro en 1950 (Asimov “Un guijarro en el cielo” y Bradburý “Crónicas marcianas”) y en 1953 Bradbury edita su primea novela “Farenheit 451” el mismo año en que Asimov culmina su trilogía de la “Fundación”

“Farenheit 451” relata la historia de una sociedad autoritaria donde los libros están prohibidos y existen escuadrones de bomberos cuya función es incinerarlos (el título remite a la temperatura a la que arde el papel) y sobre el final es un grupo de personas que han decidido conservar la memoria de los libros las que deberan reconstruir una sociedad destruida.

La novela gira en torno a las delaciones, las traiciones y las acusaciones sin fundamento a que son sometidos permanentemente los ciudadanos ante un gobierno que fomenta la paranoia.

Evidentemente algo sucedía en los EEUU en los años 50 para que estos escritores hablaran acerca de la caída de la civilización, de los regímenes autoritarios, de la censura y de la necesidad de conservar el conocimiento como forma de salvataje.

Y ese algo que guiaba la creación de estos escritores se conoció como Macartismo.

Tanto Asimov como Bradbury comenzaron a publicar en el mismo momento en que el senador Joseph MacCarthy comenzara lo que se conoció como “la caza de brujas”, un período durante el cual abundaron las acusaciones sin pruebas, las persecuciones, las listas negras y los procesos irregulares contra personas sospechadas de ser comunistas.

La experimentación con bombas atómicas por parte de la URSS en 1949, el ascenso de Mao al poder en China en 1950 y, ese mismo año, el comienzo de la guerra de Corea, generaron un loma de paranoia anticomunista en los EEUU que posibilitó a MacCarthy comenzar una serie de investigaciones en el seno del senado de los EEUU a fin de detectar comunistas que estuvieran colaborando con los rusos.

Esto había comenzado años antes en el conocido Comité de Actividades Antinorteamericanas pero con MacCarthy la persecución tomó ribetes definitivamente persecutorios, fundamentalmente con la industria cinematográfica.

Los artistas que en 1948 habían formado el Comité de la Primera Enmienda, la que asegura la libertad religiosa, política, de opinión, expresión y prensa, enfrentándose a la Comisión de Actividades Norteamericanas, les valió en 1950 la sospecha de ser colaboradores de los comunistas e ingresar inmediatamente a las listas negras.

Actores de la talla de Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Henry Fonda, Bette Davis, Gene Kelly, John Garfield, Edward G. Robinson, Judy Garland y otros muchos fueron investigados; algunos finalmente defeccionaron y declararon haber sido engañados mientras que otros vieron sus carreras cercenadas.

Quienes más sufrieron las acusaciones fueron los guionistas de cine muchos de los cuales se negaron a declarar ante el comité y fueron inmediatamente despedidos por los grandes estudios que emitieron un documento conocido como “Declaración Waldorf” mediante el cual se les impidió ejercer su trabajo a quienes se negaran a declarar ante los comités investigadores e incluso a quienes intentaran hacerlos declarar inconstitucionales.

Muchos guionistas debieron exiliarse e incluso firmar sus trabajos con nombres ficticios, como es el caso de Dalton Trumbo que ganó dos premios Oscar por Vacaciones en Roma (1953) y El Bravo (1956) bajo seudónimos sin poder ir a recibirlo.

Un párrafo aparte merecen los delatores.

Walt Disney, Elia Kazan y Adolphe Menjou entre otros acusaron sin pruebas a cientos de actores, directores, técnicos y guionistas. El caso de Elia Kazan, delator entre otros del dramaturgo Arthur Miller, cobró renombre cuando la Academia de Hollywood le otorgó un premio a la trayectoria y fue repudiado por los asistentes a la ceremonia.

Es en medio de este clima de censura, persecución y falta de derechos que aparecen las obras con las que comenzamos esta nota; la “Trilogía de la Fundación” muestra una civilización en decadencia y un intento desesperado por superar la inevitable caída; “Farenheit 451” habla de una sociedad que odia el conocimiento y elimina los libros, aunque un pequeño grupo resiste confiando en la memoria.

Estos ejemplos no son distintos de muchos otros en los que escritores, dramaturgos, poetas, cineastas, músicos y todo tipo de artistas han desarrollado algunas de sus mejores creaciones camuflando su mensaje.

Tal vez el mejor ejemplo sea “Las brujas de Salem”, obra teatral de 1953 en la que Arthur Miller disfraza su crítica al macartismo en una historia ocurrida en 1692.

Así que, finalmente, la inquietud que me produjo escribir acerca de la Trilogía de la Fundación tenía finalmente un motivo.

Una sospecha comenzó a rondar en mi mente: ¿No será el censor, el inquisidor, el creador de aquello que combate? ¿No deberá el artista finalmente agradecer a quien lo persigue por ser quien motiva su obra?

La libertad, finalmente, ¿no será la mejor forma de terminar con el arte?

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