Magos, hechiceros, pitonisas, chamanes y políticos

Mucho se ha hablado de la debilidad que muchos políticos y hombres de estado tienen por las adivinaciones, los conjuros y por aquellos que practican diversas artes de brujería. Sin embargo no hablaremos de eso sino de algo mucho más lejano y más cercano a la vez: el mago que todo político lleva dentro.

Por Aldo Barberis Rusca

Es creencia muy aceptada que la magia, la superstición, la religión y en general todo lo que se considera el mundo sobrenatural responde a la angustia que el hombre primitivo sintió ante la muerte como forma de explicación ante ese inmenso vacío. Pues parece que no es así, o al menos no totalmente así.

Desde un comienzo el hombre (espero que mi avanzada edad me exima del escarnio por no usar lenguaje inclusivo) trató por todos los medios a su alcance, que eran definitivamente pocos, entender los procesos naturales a los que estaba expuesto para poder dominarlos y controlarlos. De la observación de la naturaleza derivó algunas conclusiones, a veces acertadas aunque la mayor parte de las veces no

Dedujo, por ejemplo, que el ruido del trueno solía preceder a la llegada de la lluvia, lo cual suele ser cierto. Lo que coligió, utilizando una lógica discutible pero lógica al fin, fue que si primero llegaban los truenos y después las lluvias estas debían ser consecuencia de aquellos. Nada mal para ser un hombre primitivo que nada sabía de velocidades del sonido, cargas eléctricas y demás yerbas.

Así que, siguiendo con la deducción en base a premisas equivocadas, si queremos que llueva debemos hacer un gran ruido y listo. Y aquí aparecieron los troncos huecos, los tambores, las matracas y toda una parafernalia de instrumentos de percusión que llegaron a nuestros días en forma de baterista de Rock & Roll

Estos fenómenos fueron estudiados por primera vez hacia fines del S XIX por un inglés (¿cuándo no?) profesor de antropología de la universidad de Cambridge llamado James George Frazer, quien vivió en plena Época Victoriana y fue un hijo característico de ella.

La Época Victoriana caracteriza al extenso período, comprendido entre 1836 y 1901, del reinado de Victoria I del Reino Unido; aunque hay quienes consideran que las características de este ciclo comienzan con la promulgación del Acta de la Reforma, en 1832, y se extiende más allá del reinado de Eduardo VII hasta el comienzo de la 1º Guerra Mundial.

Es este un período, fundamentalmente a partir de 1851, de gran estabilidad y prosperidad al haberse establecido la hegemonía del Reino Unido a nivel mundial gracias al triunfo de la revolución industrial.

La estabilidad política y la bonanza económica sumadas a la necesidad de encontrar nuevos mercados para sus manufacturas y nuevas fuentes de materias primas impulsaron el surgimiento de una nueva edad dorada de las exploraciones impulsadas por la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural (en inglés Royal Society of London for Improving Natural Knowledge, o simplemente la Royal Society).

Durante este período un enorme número de científicos y aventureros se lanzaron al mundo a explorar sus regiones más remotas. Fue durante esta época que se realizaron las expediciones polares (Ross, Scott), al África (Burton, Speke, Livingston), a Sudamérica (Darwin), por solamente citar algunas.

El resultado de esto fue una enorme cantidad de información acerca de pueblos y sociedades que vivían hasta ese momento aislados de la influencia europea y de sus costumbres y creencias.

Frazer estudió como antropólogo una inmensa cantidad de pueblos sacando algunas conclusiones bastante interesantes. Una de las primeras tiene que ver con la magia y el poder.

Los primeros gobernantes, reyes tribales o de clanes eran a su vez hechiceros que llegaban a detentar esas majestades en virtud de su habilidad en el manejo de la magia, los conjuros, etc.

No nos detendremos en examinar las características de la magia en la antigüedad, simplemente diremos que se practicaba tanto en forma privada como pública, siendo esta última el germen de lo que hoy conocemos como política.

El hechicero que ejerce su arte en ceremonias en beneficio del bien común se convierte en un funcionario público de la mayor importancia en la vida tanto política como religiosa ya que el bienestar de la sociedad depende en gran medida de la eficacia en la ejecución de estos ritos mágicos y quien los ejecuta adquiere prestigio, rango y autoridad de rey.

Y dice Frazer “La profesión congruentemente atrae a sus filas a algunos de los hombres más hábiles y ambiciosos de la tribu porque les abre la perspectiva de honores, riqueza y poder como difícilmente pueda ofrecer otra ocupación”

No es que el hechicero sea siempre un embustero y un embaucador, sino que aquellos que creen sinceramente en los maravillosos poderes que sus compañeros le atribuyen están más expuestos a caer en desgracia en el momento en que sus conjuros fracasan estrepitosamente.

La naturaleza misma de la magia exige de complicadísimos rituales para que sea efectiva y, cuando finalmente el efecto no es el esperado la culpa no es del conjuro sino de la impericia del oficiante al realizarlo.

El chamán sincero, aquel que cree en el poder de sus sortilegios, se encontrará consternado al ver el fracaso de su obra, no estará preparado para explicarlo satisfactoriamente y esto lo pondrá a merced de la furia de sus clientes que dejarán caer sobre su cabeza toda su frustración.

Por lo tanto los hechiceros más exitosos serán aquellos que sean más o menos conscientes de que son un fraude, que su magia es, para decirlo en buen criollo, puro chamullo y se encontrarán preparados para tener a mano una excusa plausible o arbitrar los medios para adjudicarse triunfos que no son propios y externar los fracasos.

Ahora bien, si esto último no es un manual de uso y de conducta para cualquier político y cualquier doctrina política se le parece demasiado. Los dogmas políticos, ya sean de derecha o de izquierda, tropiezan permanentemente con estrepitosos fracasos que son explicados de la misma manera siempre: “el sistema funciona a la perfección, pero fallan los hombres que lo instrumentan”.

Los políticos, pero muy especialmente los economistas, actúan como hechiceros que en lugar de sortilegios y conjuros aplican fórmulas y recetas que nunca funcionan. Y mientras unos, conscientes de que no van a dar los resultados que nos prometen, adornan los fracasos con complejas excusas, en el mejor de los casos, o con ropajes de triunfo, los que sinceramente creen en la leyes del mercado, la oferta y la demanda, el monetarismo y todo ese complejo mundo de supersticiones caen en desgracia y sufren el escarnio público

(Nota: no habiendo visto jamás un economista que reciba el escarnio público concluimos en que en realidad son todos una manga de sinvergüenzas que no creen en una sola palabra de las que dicen)

Y los más temibles son aquellos que dicen tener la solución pero miran el partido siempre desde afuera. Broda, Milei, Espert y el coro de economistas que rondan la TV son los magos que tienen el conjuro perfecto para hacer llover, desviar la plaga de langostas y hacer que los árboles den más frutos, pero nunca lo ponen en práctica. Tienen la solución para todo, en tanto y en cuanto el cuerpo lo ponga otro.

Hace treinta o cuarenta mil años que la humanidad viene confiando en iluminados que tienen el conjuro que nos salvará del hambre, las sequías, las enfermedades, la pobreza, la angustia y el miedo. Lo han hecho golpeando tambores, sacrificando animales y humanos en altares de piedra, realizando rituales y recitando conjuros o aplicando recetas, bajando el circulante, subiendo las tasas o modificando el tipo de cambio.

Es lo mismo, nunca funciona y siempre tienen excusas en las que el rol del pueblo es el mismo; ser culpable de que la magia no funcione y padecer las consecuencias.

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