Memorias y vivencias a bordo del colectivo que une a Villa Pueyrredón

Línea de colectivos 110
La línea de colectivos 110 no es la única que circula por Villa Pueyrredón, pero en su recorrido las unidades rojas y azules enhebran los lugares más importantes del barrio: escuelas, plazas, estación ferroviaria, avenidas y centro comercial. En boca de un histórico chofer, repasamos anécdotas arriba del colectivo y curiosidades de décadas al frente del volante.

Por Mateo Lazcano

Villa Pueyrredón es recorrido por una decena de líneas de colectivos. Sin embargo, como ninguna otra, las unidades rojas y azules de la línea 110 van enhebrando, por sus principales calles y avenidas, escuelas, plazas, estación ferroviaria, zonas residenciales y comerciales, espacios recreativos, además de romper la división entre norte y sur al cruzar las vías del ferrocarril.

Fue inaugurada en 1944, y su recorrido originario partía de la Plaza Alem, Artigas y Cochrane, hasta la estación Canning (hoy Scalabrini Ortiz) de la Línea B del subterráneo. Los coches fueron bendecidos por el Padre Enrique Kirschenbilder de la parroquia Cristo Rey.

Ricardo Molinatti, a sus 64 años, es un histórico chofer, que tiene más de dos décadas conduciendo la línea 110. En los últimos años está conduciendo en horario nocturna, por una sencilla razón, se cansó del día y el tránsito. “Es una empresa muy familiar. He conocido abuelos de los nietos que están ahora. Hay buenos coches, buen material para el personal y buen trato”, afirma como carta de presentación.

Uno de los códigos del manual de conducta para mantener esta armonía en la empresa tiene que ver con “ponerse apodos” apenas se ingresa, y llamarse de esa forma. A Ricardo le tocó y le toca ser “el busca”.

Contar con un turno fijo le permite a Ricardo tener una relación distinta con sus pasajeros, que rápidamente trasciende el rol lógico que se presume entre conductor y quienes son usuarios de la línea. “Conozco al pasajero, me hice amigos, se dónde viajan y nos quedamos charlando. Suelen hacerme algunos regalos, y una vez hicimos una despedida de fin de año”, confiesa.

Una de las grandes características de la 110 es su recorrido, no tan extenso en kilómetros como otras líneas, pero con un trayecto que, por sus sinuosidades, crea la sensación de ser una línea que da “muchas vueltas” al unir la Facultad de Derecho con Villa Martelli. “Es un camino vueltero, pero la gran mayoría por avenidas”, opina Ricardo.

Esta línea estaba muy vinculada a la fábrica Grafa. “Muchos pasajeros lo usaban para llegar o irse de la fábrica. Nosotros cruzamos el tren Mitre en los dos ramales, el Urquiza, el San Martín, la Línea B, la Línea D, y ahora llegamos hasta a la avenida General Paz en su colectora”.

Los cambios en el recorrido, y el agregado del ramal que va por Artigas, sumó una barrera más al recorrido, sumado al hecho de quedar supeditados al tránsito de la colectora de General Paz, que a pesar de incluir un tramo muy pequeño, hace que se alargue el tiempo de viaje. Para el histórico chofer, el recorrido total se completa en una hora y veinte minutos en los papeles, pero el tráfico porteño puede extenderlo en alrededor de media hora. La construcción del paso bajo a nivel en la traumática barrera de Nazca y las vías del Ferrocarril San Martín, dice, trajo un alivio cuantificable en varios minutos al finalizar la jornada.

El hecho de la incorporación de unidades con aire acondicionado hace que el 110 no pase por el “Puente Robinson” de la avenida Del Fomentista y las vías del Mitre, por su altura, trae cierta nostalgia en los conductores. “Era algo muy característico. Nos pasaba que compañeros de otras líneas nos querían a veces copiar el cruce como un atajo secreto y se quedaban estancados. No sabían que nuestros coches tenían unos centímetros menos de altura que el resto para poder atravesar este pequeño puentecito” explica Ricardo.

El último gran cambio que vivió, fue cuando el 110 dejó de terminar su recorrido en la estación Saavedra, para cruzar a la Provincia y llegar hasta Villa Martelli. También la incorporación del “Ramal 2”, por Artigas. En su jornada, cada chofer hace un viaje en cada uno de los ramales alternadamente. Esto genera que, a pesar de la historia que lleva a bordo de la firma azul y roja, haya tenido pequeños equívocos al confundir en algunas ocasiones los recorridos.

“Cuando volvés de las vacaciones a veces te pasa. Me acuerdo una vez que tenía que doblar por Beiró, en el Ramal 2, no doblé y me acordé llegando a las vías. Tuve que bajar todo por Asunción”, cuenta.

El oficio de colectivero, si bien tiene un fuerte componente rutinario, también tiene consigo anécdotas o experiencias, que están en la memoria de Ricardo. “A los tres meses me pasó, yendo por Ceretti y Núñez, que tuvo un ataque epiléptico una pasajera. Tomamos Galván y la llevamos al CEMIC. Parecía de película”. Algo similar sucedió luego cuando otra pasajera, adolescente, se desmayó repentinamente en la unidad. “La llevé al Hospital Rivadavia. Años después, increíblemente, se subió al colectivo y se acordó de mí”, cuenta.

Hasta el momento Ricardo no vivió nunca una de esas vivencias que aparecen en muchas telenovelas y films: un parto o rotura de bolsa de una embarazada, aunque reconoce que sí les pasó a algunos compañeros. En cambio, son frecuentes las escenas con adolescentes borrachos, especialmente a la salida del tradicional boliche de Nazca y Mosconi, hoy cerrado por la pandemia.

Una de las características que tiene el recorrido de la Línea 110 es que une a muchas escuelas de Villa Pueyrredón y de las zonas aledañas. Esto hace que, en el horario de entrada y salida escolar, los guardapolvos blancos “copen” las unidades. “Desde Martelli se los ve subir, porque la mayoría de los pibes de esa zona van para Capital a estudiar, y al cruzar General Paz está lleno de pibes el colectivo. A la vuelta, pasa lo mismo con el Polo Educativo Saavedra”, señala.

El colectivo en pandemia

Ser chofer en estos tiempos de pandemia implica una tarea extra: controlar el correcto uso de barbijos en el pasaje. Ricardo sin embargo no encuentra complicaciones. “Yo no te puedo prohibir que subas, pero cada uno sabe su responsabilidad. Si no tenés puesto te lo digo una vez, dos. No me das bola, paro el colectivo y le aviso a algún policía. Hay muchos que lamentablemente lo incumplen. Lo mismo respecto a la regla que dice que puede haber hasta 10 pasajeros parados. Yo veo mal incluso que muchos colegas se aprovechan de esa norma para no detenerse en las paradas con esa excusa y aprovechar para llegar más rápido a la terminal”, cuenta.

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