Por Aldo Barberis Rusca
Un niño acaba de nacer; después de nueve meses de crecer y desarrollarse dentro del vientre materno se asoma al mundo como una persona, como alguien que es por sí mismo.
Durante el transcurso de su vida muchas serán sus acciones, infinidad de cosas hará a través de los muchos o pocos años que le toque permanecer en el mundo.
Pero en el momento en que nace emprenderá dos actos que marcarán toda su existencia; primero inspirará, llenará de aire sus pulmones, el conducto arterioso comenzará a cerrarse y por primera vez oxigenará su propia sangre. Con esta acción comenzará a tener una vida autónoma, independiente de la madre.
Y seguidamente expulsará el aire y con ese aire hará oír por primera vez su voz en el mundo.
Podríamos decir que en el primer acto de respiración el ser humano se establece como parte de este mundo y en el segundo lo comunica: “aquí estoy yo”. Somos humanos porque somos y lo comunicamos.
La voz y la respiración están indisolublemente unidas. La voz es la nave donde viajan todas nuestras emociones y la respiración es el capitán que comanda esta nave. Pero la voz es, ante todo, un misterio.
Visto científicamente, la voz no es más que una vibración de aire expelido desde los pulmones al pasar entre las cuerdas vocales, nada más. Y sin embargo a través de la voz podemos expresar casi todos nuestros sentimientos, y cuando la voz no nos alcanza para expresarlos nos quedamos sin herramientas para hacerlo.
Y conste que he dicho “la voz” y no “las palabras”.
Las palabras pueden ser engañosas, insuficientes, confusas; pero la voz expresará siempre aquello que las palabras no alcanzan a hacer. Por eso el lenguaje escrito siempre se presta a confusiones y a malos entendidos, porque no tiene la voz para completar los espacios a los que la palabra no llega.
“Sé que me quieres, porque si no me quisieras podrías hacerme tanto daño con ese teléfono que tienes en la mano” dice la protagonista de “la voz humana” de Jean Cocteau y remata “es un arma terrible, puede matar a cualquiera a distancia sin dejar ninguna señal”
Pero si el teléfono es el arma la voz es el proyectil; la voz, y la emoción que transporta, es la bala que puede herir un corazón hasta matarlo.
En tiempos primitivos la voz era la responsable de hacer los conjuros y los hechizos a los que luego las religiones convirtieron en rezos y oraciones. Las cosmogonías hablan siempre de la creación del universo a partir de la palabra invocada, por la voz. La voz es la que pone orden en el caos.
“Hágase la luz” expresa Dios a viva voz y a través de la voz se manifiesta y se concreta su voluntad. Y los dioses se expresaron a través de los oráculos, los que hablan.
Luego llegaron los estados, organizados de diferentes modos pero siempre quienes podían ejercer el derecho de manifestarse “a viva voz” fueron aquellos que pudieron erguirse como personas, como hombres libres.
Y la política se hizo a partir de quienes tenían el poder de la voz, los oradores romanos que se reunían en el parlamento, el lugar donde se habla. Pero siempre hubo una voz que tuvo, y tiene, más fuerza; la voz que tiene el verdadero poder.
Los griegos decían que los rumores que circulan entre el pueblo provienen de Zeus y hasta llegaron a considerarlos una diosa en sí mismo; Feme, que era la encargada de esparcir lo que el pueblo decía pero también de otorgar la fama, buena o mala, a quien se lo merecía; pues la fama no es más que lo que se dice de alguien.
Y Séneca, el filósofo, político y orador romano, afirmaba que “la palabra del pueblo es sagrada”. “La voz del pueblo es la voz de Dios” dice el precepto y nadie logra ponerse de acuerdo acerca del significado.
Para algunos significa que Dios habla a través del pueblo mientras que para otros será que la palabra del pueblo es tan inapelable como la de Dios. Pero si nos remitimos a los comienzos de esta nota la voz del pueblo será la afirmación de su existencia y la expresión de sus sentimientos.
La voz del pueblo no nace de agencias de marketing político ni de agencias de publicidad. No se expresa en los medios de comunicación ni en las redes sociales.
La voz del pueblo surge potente e imparable en las canchas de fútbol, en las calles, en los barrios, en los teatros y en los andenes.
Los dioses que hablaban desde los oráculos lo hacían con frases breves, claras y potentes “Conócete a ti mismo”, “nada en exceso”, “honra a los ancianos”, “odia la mentira”.
Scalabrini Ortíz decía que a los economistas había que preguntarles una vez, si no le entendía se preguntaba de nuevo y si seguía sin entender una vez más. Si a la tercera seguía sin entender era porque lo estaban engañando.
Con el mensaje de los dioses pasa lo mismo pero peor, porque no se puede preguntar. Así que si no se entienden de primera no son los dioses los que los mandan.
Y para saber si lo que se escucha cada vez con mayor fuerza en más lugares es verdaderamente la voz del pueblo, como es la voz de Dios, debemos también entender enseguida lo que está expresando.
Cómo dijo alguna vez alguien que supo escuchar la voz del pueblo “quien quiera oír, que oiga”.